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El hombre que fue jueves
Columna
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Al teatro con maletas

Muchos cómicos me dicen que todo está yendo demasiado rápido. Tienen razón, y por otro lado no hay cama para tanta gente, como decía doña Celia

Marcos Ordóñez

Muchos cómicos me dicen que todo está yendo demasiado rápido, que los estrenos se suceden como cangilones de una noria acelerada, que a veces se pierden obras espléndidas a las que no se les da tiempo de encontrar su público ni su crítica. Tienen razón, y por otro lado no hay cama para tanta gente, como decía doña Celia. Me vuelve a la cabeza la larga conversación que tuve hará unos meses con Javier Daulte sobre el teatro argentino, tan distinto del nuestro.

Daulte acababa de estrenar su nueva obra, Clarividentes, en su propia sala, Espacio Callejón, en el barrio de Almagro. Le pregunté cuánto habían durado los ensayos y cuánto tiempo podía estar en cartel. Me contestó: “Acostumbramos a ensayar seis meses, a razón de tres ensayos por semana. Esto es así porque la mayoría de los actores están trabajando en otras cosas y es difícil juntarles. Se ensaya cuando se puede, y se estrena cuando la función está lista. Naturalmente, hay una cierta planificación: yo suelo saber cuándo estrenaremos con un par de meses de antelación, pero no mucho más allá”. Me parecía, le dije, un sistema sugestivo aunque bastante arriesgado: quizás permita trabajar mucho más un espectáculo, pero, ¿no se corre el riesgo de perder la intensidad (o el interés) durante seis meses? “Claro”, me respondió, “y por eso mi trabajo es mantener lo que llamo el ánimo de la escena: conservar el poder de seducción del texto sobre los actores”. Luego me dijo otra cosa que entendí aunque, lógicamente, no me convenció: “En el teatro alternativo no cobramos los ensayos. No podríamos sacar adelante una producción durante seis meses. Luego, si funciona, está en cartel todo el tiempo que aguante, para resarcirnos”.

Le pregunté sobre el mundo de la calle Corrientes, lo que se considera “teatro comercial”, y me contó algo que no sabía: “En Corrientes sí se cobran los ensayos, aunque se va a taquilla, porque hay mucho público: los productores calculan por la venta anticipada lo que puede funcionar una obra, y a los actores les sale más a cuenta que ir a caché. Así se embarcan en proyectos que pueden durar años. Yo les he visto llegar a su camerino con maletas, con fotos de familia para colgar en las paredes, porque aunque vivan en Buenos Aires, el teatro se convierte en una segunda casa. Algunos se lo plantean muy seriamente, porque han de convivir con la obra y con el personaje, y dicen: ‘Yo no sé si quiero pasar dos o tres años con ese material’. La función es la misma, pero su vida cambia. Se muere un hermano, nace un hijo, se va su mujer… o se va su pasión por la obra. Claro que pueden dejarlo, pero esa es la última opción. Las preguntas básicas no tienen respuestas racionales. Van más allá del dinero que puedas ganar. Muchas veces yo no hago una obra porque la entienda, sino porque me atrae. Es como el amor: uno se enamora de alguien y no sabe porqué, se enamora y basta. Y, como te decía antes, para que la pareja dure hay que mantener el enamoramiento: el misterio”.

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