Miguel Trillo: hervores y malas hierbas
El CA2M indaga en la historia del arte madrileño con la fiel reconstrucción de las dos primeras exposiciones del fotógrafo
El Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M, Móstoles) se adentra en la historia del arte madrileño con la muestra Miguel Trillo. Doble exposición, que reconstruye las dos primeras exposiciones del artista y sus montajes originales: Pop Purrí. Dos años de música pop en Madrid (1982) y Fotocopias. Madrid-London (1983).
Enero de 1982. Madrid. Galería Ovidio. Una exposición de corto título y largo alcance. Pop Purrí. Dos años de música pop en Madrid. La primera individual del artista Miguel Trillo (Jimena de la Frontera, Cádiz, 1953). Tenía 29 años y mucho apego por el desafío. Un año antes, había puesto en circulación el fancine Rockocó, al tiempo que nacía la revista Photovisión y Nueva lente iba tocando a su fin. También había tomado conciencia de que esas fotos de grupos de la nueva ola madrileña tocando en directo era su “obra”. Sus primeros disparos fueron para Kaka de Luxe, Cucharada y Roque Narvaja, que ahora cuelgan de las paredes del CA2M, con el mismo display que hace 35 años: fotos sin marco ni cristal, adheridas a paneles de madera pintados de colores pastel y con música sonando de fondo. Para Trillo fue una exposición decisiva aunque aún lo fue más para la fotografía española, que en aquellos años ochenta apenas tenía espacios para exponer.
Un año después, en junio de 1983, Trillo dio otro paso en la Sala Amadís, al mostrar las fotografías de jóvenes que había realizado durante los tres años anteriores en Madrid y Londres. También este mítico espacio se reconstruye ahora en el centro de arte de Móstoles, cubierto con el mismo plástico negro con el que el artista forró las paredes entonces, cual escenografía de concierto, y lleno de fotocopias en color de las fotografías positivadas a partir de diapositivas. Hay celos de colores y quilos de nostalgia. “En Ovidio había expuesto sobre un soporte de planchas de madera las fotografías en color de los grupos en plena actuación, mientras que las fotografías del público se proyectaban como diapositivas en una pantalla del escaparate que había en la entrada. En Amadís lo hice al revés, se colgaron las fotografías del público y los conciertos se proyectaron en diapositivas: el público se había convertido en protagonista”, explica Miguel Trillo. Entre un remake y otro, hay muchos flyers originales, la colección entera de Rockocó y mucha documentación hasta ahora olvidada, sobre la fotografía española de ese momento en que se sube al tren del arte contemporáneo.
Esa es la Doble exposición que da título a esta singular propuesta comisariada por Juan Albarrán en el Centro de Arte Dos de Mayo, que no sólo analiza los primeros pasos de Trillo como artista, sino que también abre una reflexión sobre la relación de éste con la subcultura de los ochenta, sobre modos alternativos de hacer una exposición y sobre algunos de los capítulos más celebrados de la historia del arte madrileño. Hay otro dato curioso: esas dos muestras primerizas se las llevó en aquellos ochenta Tecla Lumbreras a Málaga, “un contexto de hambruna visual en provincias donde se agradecía el aire fresco”, recuerda Trillo. En Málaga, en la universidad, y de la misma mano de Tecla Lumbreras tendrá lugar su próxima exposición, con su trabajo último: Gigasiápolis.
“Que el CA2M, un centro de arte último, esté este verano dedicado a los ojos del tiempo, a revisitar un momento tan espacial del siglo XX español, me satisface porque rara vez hemos sido un país exportador de cultura contemporánea. Mucha fotografía española de entonces estaba en un preciosismo sin ideas, que ha seguido una corriente de cierta ‘fotografía artística’ en la que no se habla de nada, acaso de una belleza anestesiada de mentes artesanas. Mi fotografía era un documento a pie de calle, ‘inspirada en hechos reales’, pero pasada por el tamiz de la creación y de la reflexión. En aquel tiempo de la movida hubo interés internacional por lo que estábamos haciendo. Acostumbrados a ser emigrantes artísticos, que salíamos fuera a ponernos al día, es bueno esta revisión, esta reconstrucción de un tiempo de hervores y malas hierbas, que tanto me atraía”, añade.
Hoy, mantiene intacto ese empeño por descifrar lo moderno, ese territorio nebuloso que exige de sus analistas una mirada tan fervorosa como atenta a los signos de los tiempos: “Para mí cada foto es un monosílabo hondo. Y con otras fotos construyo frases silenciosas que me llevan a un texto visual placentero. Necesito de mi mirada y de los ojos de los retratados para seguir. A la espera del siguiente movimiento de ficha. Por eso no me quedé en la movida. Cada generación trae nuevas bifurcaciones del callejero. Y yo sin nostalgia me he perdido con ellas con mi brújula emocional, o sea, mi cámara de fotos”.
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