El embrujo Tom Petty
El músico estadounidense ofrece en Hyde Park su único concierto en Europa dentro de su gira aniversario de 40 años de carrera
Tom Petty es digno de estudio. Tal vez sea el caso musical más complejo y al mismo tiempo más sencillo de explicar de la historia del rock. Este emblema de la música norteamericana es una paradoja en sí misma. Un artista que tiene todas las virtudes de una superestrella mundial y, sin embargo, no lo es en el sentido estricto. Igualmente es un músico que produce en los círculos más euritos tanta fascinación como indiferencia. Petty, el tipo admirado por sus propios maestros y por toda una legión de discípulos, no es, por ejemplo, el mediático Bruce Springsteen ni el todoterreno Neil Young. Tampoco tiene el aura de gloria pionera como Bob Dylan o Van Morrison. Y, con todo, Petty, con su característica melena dorada y su sonrisa torcida, tiene un embrujo único. Posee su propia estela.
Lleva haciéndolo 40 años y, por eso, está de celebración con una gira que solo tenía una fecha europea, la de ayer en Londres, dentro del British Summer Time, que se celebra en el incomparable marco de Hyde Park. Otro motivo de estudio para el caso Petty: apenas toca en Europa y nunca ha pisado un escenario español en todo este tiempo. ¿Razones? Puede que un puñado, pero la de mayor peso es que su alto caché de superestrella en Estados Unidos (cerca del millón de euros según algunas fuentes) asusta a los promotores españoles para tamaña inversión. Lo dicho: Petty, fuera de casa, no es Springsteen ni los Rolling Stones. Pero su nombre en Europa va asociado a la expectación, al igual que otros iconos como Tom Waits o Stevie Wonder. Y, anoche, Hyde Park estaba lleno.
Con todos los boletos vendidos, Petty apareció en el gran escenario del parque londinense cuando la tarde estaba en retirada. Lo hizo acompañado de su banda de toda la vida, una de las mejores formaciones de rock de todos los tiempos: The Heartbreakers. Ataviados todos con pantalones y chalecos negros, camisas rojas y gafas de sol, salieron despacio, después de la notable actuación que había dado Stevie Nicks de Fleetmood Mac. Petty pidió un “yeahhh” al público y se arrancó con la primera canción oficial de su discografía: Rockin’ Around (With You), que abría su disco de debut en 1976. Le siguió Mary Jane’s Last Dance, con ese riff adictivo, y bastaron esas dos composiciones para evidenciar que el sonido estaba bajo para un evento de esta envergadura.
No parecía un fallo de apreciación profesional sino más bien una decisión premeditada. Petty y sus rompecorazones no son un grupo de festivales, pese a que tienen todo para ello. Son dueños de un cancionero de melodías radiantes y estribillos pegadizos, como Free Fallin’, una joya del pop-rock que sonó en el primer cuarto de hora de actuación. Sin embargo, tal y como Wilco hizo en el Mad Cool justo un día antes, no buscan imponer su criterio musical con descarga de vatios. Petty y los Heartbreakers no son Foo Fighters ni Green Day ni todos esos grupos mayúsculos cuyo hábitat son los festivales y los recintos inmensos acarreando por tanto una sobreexcitación sonora, mostrando músculo y exceso de vitamina. Es otra historia, mucho más cercana al concepto de Dylan o Van Morrison sobre un escenario. Al igual que ellos, Petty es un artista de pabellones, pese a que podría ser un rey midas en los festivales. No cabe duda escuchando la contagiosa Learning to Fly. Pero antes que añorar parte del detalle y la esencia se prefiere perder impacto.
Ahí es cuando se explicó a sí mismo Petty, que también mostró a sus 67 años que su brío está lejos de ser juvenil aún conservando un gran oficio. Repasó su carrera, sorprendiendo con la versión de Stop Draggin’ My Heart Around cantada junto a Stevie Nicks y con muchas canciones de su época sin los Heartbreakers como You Don’t Know How It Feels, I Won’t Back Down, It’s Good to Be King, Crawling Back to You o Wildflowers, y dio rienda suelta a su embrujo. Es la combinación de la elegancia con la sabiduría, del fabuloso sentido de la melodía con la impecable actitud rock, de la voz bellamente aguda y las guitarras pletóricas en su sencillez, alumbrando con sus riffs concisos e inconmensurables como faros en la noche. Suenan esas guitarras y parecen guiar al lugar exacto de cualquier travesía incierta, más si están en manos del propio Petty pero también de los magníficos Mike Campbell, tal vez el mejor guitarrista de acompañamiento del mundo, y Scott Thurston. Los Heartbreakers son ellos y además un bajista como Ron Blair, un baterista como Steve Ferrone y un teclista como Benmont Tench. No son los Rolling Stones ni U2 ni les sonará a la inmensa mayoría de la población mundial pero ninguna estrella musical ni nadie que adore el rock sería capaz de toserles. Esa pandilla de venerables son como los grandes actores secundarios: sin ellos no hay obra maestra. Cuando sonaron Refugee y Runnin’ Down A Dream, con el público entregado dando palmas, sacaron a relucir todo su incuestionable talento. Volvieron hacerlo en los bises con otras dos gemas: You Wreck Me y American Girl, todo un himno.
Hyde Park entero era testigo de la actuación sobresaliente de unas superestrellas que, en realidad, no lo son. Testigo de Tom Petty, siempre tan lejos de estas tierras. Un músico digno de estudio. Nadie tiene su extraña fórmula, que terminó por ser una formidable reivindicación del mejor rock and roll. Nadie tiene su embrujo.
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