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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El efecto papagayo

La información sobre festivales cada vez resulta más sospechosa

Diego A. Manrique
Ambiente en el festival Mad Cool, en Madrid, el pasado 6 de julio.
Ambiente en el festival Mad Cool, en Madrid, el pasado 6 de julio.Kike Para

Por estas fechas me resulta inevitable recordar las emisiones de Radio Tirana. A mediados de los años setenta, los programas en castellano de la emisora albanesa eran difíciles de sintonizar desde España. Pero convenía esforzarse, ya que proporcionaban momentos hilarantes: cualquier convocatoria antifranquista se narraba en términos épicos, crónicas de inmensas multitudes que habían tomado las calles. Con tantos millones de manifestantes, uno podía preguntarse cómo demonios se mantenía el régimen.

Naturalmente, todo era fantasía: supongo que los redactores españoles de Radio Tirana, conectados con el FRAP y el PCE (ML), se sentían obligados a justificar sus puestos de trabajo con la inminencia de una revolución comunista en la piel de toro que acabara con el aislamiento internacional de la Albania de Enver Hoxha.

Casi tan cómico resulta ahora el tratamiento que muchos medios españoles dan a los festivales que ahora alcanzan sus meses de esplendor. En radio, prensa y televisión se reiteran generosas estimaciones de asistencia, seguidas por unas cifras de “impacto económico” igualmente redondas.

Dice mucho sobre las tragaderas del actual periodismo que se asuman como verídicas las aseveraciones de parte interesada y que rara vez se pongan en cuestión unos guarismos incompatibles con la capacidad del pueblo o ciudad en cuestión para alojar semejantes avalanchas humanas.

Cierto que los festivales han crecido en relevancia. De actividades dignas de toda sospecha (drogas, sexo, ruido) han ascendido a eventos troncales de la oferta turística de cualquier localidad o región. Prácticamente, encuentras unanimidad entre los partidos políticos al respecto. Y eso significa que pueden aspirar a subvenciones, por no hablar de los festivales que directamente se financian con dinero público.

Que conste que no tengo problemas con esas ayudas. En general, están más justificadas que las recibidas por otros festejos. ¿Qué benefician a un tipo de música sobre otras? En realidad, hay hueco para los géneros más diversos pero no gozan de idéntica cobertura mediática.

Un inciso. Realizando en Londres un reportaje sobre el programa Later… with Jools Holland, descubrí que el personal de la BBC no podía creerse que no hubiera algo equivalente en la televisión española, “cómo puede ser si ustedes tienen docenas de festivales todos los veranos.”

No docenas: centenares. La verdad es que la música tiene aquí otro valor. Nuestros festivales son las modernas romerías, espacios de socialización donde el cartel marca esencialmente la categoría del evento. Y todos contentos: permiten que el negocio de la música en España pueda respirar (brevemente) a pleno pulmón.

Con todo, se requiere moderación en los organizadores: uno intuye que añaden automáticamente un cero a la derecha de los números que manejan. Y cuela, claro que cuela, pero alejándose de la realidad. Resulta feo, ética y estéticamente.

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