Knausgård ‘forever’
'Tiene que llover' es el primer volumen del autor noruego con algunos automatismos, aunque sigue sin decaer su pulso literario
Prosigue la feliz andadura literaria de Karl Ove Knausgård en nuestro país y el pulso literario contraído consigo mismo no decae. Bien es verdad que de los cinco volúmenes leídos hasta ahora en castellano, y 3.200 páginas aproximadamente, este último, traducido como Tiene que llover, es el primero con abiertos síntomas de cansancio y algunos automatismos. Knausgård se mantiene fiel a su estilo hiperrealista, pero en algunas páginas se le nota extenuado, forzándose para recuperar la oscuridad de su pasado. Tiene que llover es continuación del volumen anterior. Parece una obviedad, pero su ciclo autobiográfico no ha respetado la cronología más que entre los volúmenes 4 y 5, y eso porque recrean una totalidad: la lucha de un hombre que quiere ser escritor, porque quiere ser una estrella para los demás y, al mismo tiempo, la humillación que sufre al no encontrar la llave de esa realización. En este libro todo son humillaciones: como estudiante en la escuela creativa de Bergen, en las aulas que abandona pronto, en el amor, en las relaciones familiares, tras una borrachera… Es el libro del desconcierto absoluto. Si la vida acostumbra a ser cruel en ocasiones, digamos que Knausgård eleva la lucha por la vida a la categoría de principio, pero también de rutina, demorándose en las múltiples carnicerías de las que fue víctima, y también verdugo. Es como si estuviéramos en el circo romano asistiendo al despellejamiento de unos gladiadores. El interés del público está en ver cuál se mantiene en pie porque lo resiste todo. Este es Knausgård.
Tiene que llover gana a medida que avanza la lectura, y las últimas 100 páginas, con todo ese fondo de humillaciones y servidumbres empujándolo hacia arriba, son extraordinarias. Un día el escritor consigue romper la penumbra gris y lluviosa de Bergen abriéndose a la luz, es decir, hallando su propio estilo. Fue, dice, como cavar una fosa en el aire. No le hacía falta imitar a Borges. Le bastaba con verse por dentro. Solo lamento el abuso que se hace de la imagen, sin duda impactante, de su rostro. Lo vemos en la cubierta y en la solapa del libro. No era necesario.
Tiene que llover. Karl Ove Knausgård. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. Anagrama, 2017. 696 páginas. 25,90 euros
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