El triunfo tiene un precio
Gómez del Pilar cortó una oreja facilona a un noble toro de una desigual y mansa corrida de Dolores Aguirre
De entrada, la corrida de Dolores Aguirre ni animó la taquilla -algo más de media plaza- ni ofreció el juego esperado; ni siquiera sobresalió por su presencia, ni por su pelea en los caballos -sueltos salieron del peto con excepción del tercero y el cuarto-, ni por su calidad en el último tercio, de modo que solo el tercero y el quinto se dejaron dar algunos muletazos. Se esperaba más, aunque solo fuera por su bien merecía fama o por la estela personalísima de su fallecida ganadera.
Pero estos eran los toros que había para tres toreros valientes.
Aguirre / Rafaelillo, Lamelas, Del Pilar
Toros de Aguirre, correctos de presentación, mansos, broncos y deslucidos; destacaron por su clase tercero y quinto.
Rafaelillo: estocada que asoma y un descabello (silencio); estocada (silencio).
Alberto Lamelas: casi entera —aviso— y dos descabellos (silencio); metisaca y estocada —aviso— (ovación).
Gómez del Pilar: estocada caída (oreja con protestas); pinchazo —aviso—, tres pinchazos y un descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas. Vigésimo sexta corrida de feria. 5 de junio. Más de media entrada (16.010 espectadores).
Rafaelillo, el más veterano y experimentado, está libre de toda culpa. No tuvo oponente para soñar, siquiera, con una tanda aseada. Le tocó un lote infumable e intoreable según los cánones de la tauromaquia actual. Se fajó con sobrada solvencia con su primero, un dechado de bronquedad y asperezas, que dedico el final de sus días a repartir cabezazos, tornillazos y derrotes. No tenía un pase. Pero Rafaelillo sorteó la manifiesta peligrosidad con recursos y esa técnica adquirida con sus condiciones personales y la dura experiencia de su trayectoria. Con ese complicado toro estuvo muy bien el banderillero José Mora, que colocó dos buenos pares jugándose el tipo de verdad.
Manso, rajado, sin clase y muy corto de embestida fue el cuarto, y Rafaelillo lo intentó por ambos lados sin encontrar la más mínima condición que le permitiera un atisbo de lucimiento.
Animosos estuvieron Lamelas y Gómez del Pilar. Ambos ofrecieron la impresión de que dieron de sí todo lo que llevan dentro; el problema, como casi siempre, es si esa donación es suficiente.
Lamelas se enfrentó, primero, a un toro descastado y soso al que le robó una aceptable tanda de naturales, y fue el quinto el que le permitió, sobre todo por el lado derecho, una faena de más a menos en la que sobresalieron dos buenas tandas de redondos que no acabaron de cuajar. Quiso decir algo, pero solo balbuceó. Sí se lució Juan Navazo con las banderillas.
Y el triunfador fue Gómez del Pilar, un torero que llegó en tierra de nadie y ha salido sin tener muy claro cuál será su terreno. Era su tarde -no tiene otra-, a los dos toros los recibió de rodillas en los medios y mostró una entrega incompleta. Cortó una oreja facilona al primero, -otra vez, el público bullanguero-, al que le hizo una faena decorosa y aseada, con momentos por el lado derecho con hondura y algo de apasionamiento; pero faltó rematar, pasar de los detalles a la esencia, y no lo hizo.
El sexto no era el toro soñado, pero era el que tenía para cambiar su destino. Comenzó con unos templados redondos y hubo poco más. Se alivió con la espada y todo se diluyó. No dio el esperado golpe de autoridad, que incluía jugarse la vida. El triunfo tiene un precio…
Babelia
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