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Feria de San Isidro
Crónica
Texto informativo con interpretación

El triunfo tiene un precio

Gómez del Pilar cortó una oreja facilona a un noble toro de una desigual y mansa corrida de Dolores Aguirre

Antonio Lorca
Gómez del Pilar se adorna por bajo ante su primer toro.
Gómez del Pilar se adorna por bajo ante su primer toro.ÁLVARO GARCÍA

De entrada, la corrida de Dolores Aguirre ni animó la taquilla -algo más de media plaza- ni ofreció el juego esperado; ni siquiera sobresalió por su presencia, ni por su pelea en los caballos -sueltos salieron del peto con excepción del tercero y el cuarto-, ni por su calidad en el último tercio, de modo que solo el tercero y el quinto se dejaron dar algunos muletazos. Se esperaba más, aunque solo fuera por su bien merecía fama o por la estela personalísima de su fallecida ganadera.

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Pero estos eran los toros que había para tres toreros valientes.

Aguirre / Rafaelillo, Lamelas, Del Pilar

Toros de Aguirre, correctos de presentación, mansos, broncos y deslucidos; destacaron por su clase tercero y quinto.

Rafaelillo: estocada que asoma y un descabello (silencio); estocada (silencio).

Alberto Lamelas: casi entera —aviso— y dos descabellos (silencio); metisaca y estocada —aviso— (ovación).

Gómez del Pilar: estocada caída (oreja con protestas); pinchazo —aviso—, tres pinchazos y un descabello (silencio).

Plaza de Las Ventas. Vigésimo sexta corrida de feria. 5 de junio. Más de media entrada (16.010 espectadores).

Rafaelillo, el más veterano y experimentado, está libre de toda culpa. No tuvo oponente para soñar, siquiera, con una tanda aseada. Le tocó un lote infumable e intoreable según los cánones de la tauromaquia actual. Se fajó con sobrada solvencia con su primero, un dechado de bronquedad y asperezas, que dedico el final de sus días a repartir cabezazos, tornillazos y derrotes. No tenía un pase. Pero Rafaelillo sorteó la manifiesta peligrosidad con recursos y esa técnica adquirida con sus condiciones personales y la dura experiencia de su trayectoria. Con ese complicado toro estuvo muy bien el banderillero José Mora, que colocó dos buenos pares jugándose el tipo de verdad.

Manso, rajado, sin clase y muy corto de embestida fue el cuarto, y Rafaelillo lo intentó por ambos lados sin encontrar la más mínima condición que le permitiera un atisbo de lucimiento.

Animosos estuvieron Lamelas y Gómez del Pilar. Ambos ofrecieron la impresión de que dieron de sí todo lo que llevan dentro; el problema, como casi siempre, es si esa donación es suficiente.

Lamelas se enfrentó, primero, a un toro descastado y soso al que le robó una aceptable tanda de naturales, y fue el quinto el que le permitió, sobre todo por el lado derecho, una faena de más a menos en la que sobresalieron dos buenas tandas de redondos que no acabaron de cuajar. Quiso decir algo, pero solo balbuceó. Sí se lució Juan Navazo con las banderillas.

Y el triunfador fue Gómez del Pilar, un torero que llegó en tierra de nadie y ha salido sin tener muy claro cuál será su terreno. Era su tarde -no tiene otra-, a los dos toros los recibió de rodillas en los medios y mostró una entrega incompleta. Cortó una oreja facilona al primero, -otra vez, el público bullanguero-, al que le hizo una faena decorosa y aseada, con momentos por el lado derecho con hondura y algo de apasionamiento; pero faltó rematar, pasar de los detalles a la esencia, y no lo hizo.

El sexto no era el toro soñado, pero era el que tenía para cambiar su destino. Comenzó con unos templados redondos y hubo poco más. Se alivió con la espada y todo se diluyó. No dio el esperado golpe de autoridad, que incluía jugarse la vida. El triunfo tiene un precio…

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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