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FERIA DE SAN ISIDRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un estoconazo sin premio

Gonzalo Caballero protagonizó el momento culminante de una tarde plomiza a causa de la falta de clase de los toros de Pereda

Antonio Lorca
Gonzalo Caballero torea con la mano derecha a su primer toro de la tarde.
Gonzalo Caballero torea con la mano derecha a su primer toro de la tarde.Álvaro García

Hasta no hace mucho, se decía, y se mantenía, que un estoconazo valía una oreja; pero las cosas han cambiado una barbaridad y la ley de antaño carece ya de validez.

Ayer, hubo un torero, Gonzalo Caballero, que realizó a la perfección la llamada suerte suprema, el momento de la verdad, y su gesta pasó prácticamente desapercibida para el público de Las Ventas. Claro, que no solo han cambiado la norma y la costumbre, sino el perfil de quienes acuden a la plaza.

Todo sucedió en el tercero de la tarde, después de una faena sin relieve a causa de la ausente calidad de un toro con asperezas, sin fijeza ni humillación. Lo intentó de veras Caballero después de brindar al cielo, pero su entrega no encontró el premio deseado. Y todo, porque su oponente, al igual que el resto de la corrida, se desentendió de su quehacer.

Pero héte aquí que el torero se perfila para entrar a matar, sin ceremonias ni aspavientos, cerca del toro, levanta los talones, fija la mirada en el morrillo, y como quien no quiere la cosa, sin más importancia que la severidad que entraña ese momento, se volcó sobre el morrillo del animal y dejó un estoconazo hasta la bola.

Desde la grada era evidente que la espada había caído en su sitio; pero si quedaba alguna duda, el toro se encargó de disiparla. Le cambió la cara al instante, se abrió de manos, perdió —seguro— la noción del tiempo y el espacio y cayó en la arena patasarriba como fulminado por un rayo y sin puntilla.

PEREDA / MORENITO, FANDIÑO, CABALLERO

Toros de José Luis Pereda-La Dehesilla, desiguales de presentación, —el quinto, de muy feas hechuras, y grandón el sexto—, astifinos, mansos, sosos y sin clase.

Morenito de Aranda: pinchazo y casi entera tendida (silencio); pinchazo hondo —aviso— y bajonazo (silencio).

Iván Fandiño: media tendida y un descabello (ovación); estocada caída (silencio).

Gonzalo Caballero: gran estocada (ovación); estocada —aviso— y un descabello (vuelta).

Plaza de Las Ventas. Decimonovena corrida de feria. 29 de mayo. Casi tres cuartos de entrada (16.294 espectadores). Se guardó un minuto de silencio en memoria del torero fallecido Víctor Barrio, al cumplirse un año de su última comparecencia en esta plaza.

Hasta hace nada, lo realizado por Caballero era considerado como una heroicidad. El público se levantaba de sus asientos, y sacaba los pañuelos para honrar al torero heroico.

Pero todo se redujo a una ovación, de la misma intensidad y duración que las que premian una estocada trasera, tendida o caída; y no es lo mismo. Quede constancia, pues, del acierto del torero madrileño y de la injusticia cometida con él. Caballero fue ayer una víctima de las circunstancias.

Y se acabó la corrida. Bueno, lo cierto es que una de las primeras lecciones que recibe un aficionado a los toros es aprender a olvidar; solo así acumula fuerza para volver otro día. La corrida de ayer fue para olvidar —como tantas otras— y en esta ocasión, otra vez, a causa de los toros de José Luis Pereda-La Dehesilla, correctos de presentación los cuatro primeros, y feo el quinto y muy desigual el sexto. Y eso no fue lo peor, sino su mala condición, su declarada mansedumbre, su falta de fuerzas, y, especialmente, su ausencia de calidad, de la necesaria encastada nobleza que debe tener un toro para que sea posible una lidia emocionante.

Olvidable corrida, pues, que ofreció muy escasas opciones a la terna, que lo intentó, cada cual a su modo, pero sin resultado atractivo para el público y positivo para los toreros. Una oportunidad hecha trizas.

El propio Caballero, consciente de que este era su único paseíllo en la feria, puso de su parte todo lo que se le puede exigir a un torero: valentía, entrega y decisión. Trazó atractivas verónicas en su primero, invalidado en el tercio final, y se jugó el tipo ante el sexto, de mala condición y que se defendía a base de tornillazos. La labor del torero no pudo ser brillante, pero dejó constancia de que vino dispuesto a exprimir hasta la última posibilidad de su lote. Acabó con unas manoletinas muy ceñidas y dio una vuelta al ruedo como premio a su actuación de conjunto.

Peor suerte tuvo Iván Fandiño con dos toros insufribles. De corto viaje era su primero, y solo la buena colocación y la firmeza del torero le permitieron robarle un par de naturales de buena factura. Esperó al quinto de rodillas en los medios y lo recibió con una larga cambiada. Aguantó con estoicismo la violencia del animal y alargó innecesariamente una labor de muleta que no podía alcanzar el vuelo deseado.

Un pase de pecho de pitón a rabo, templadísimo, de esos que se siguen y sienten desde el tendido, dibujó Morenito en la faena de muleta al cuarto; aún le robó un natural de categoría y dos buenos derechazos. Y eso fue todo. El toro, sin clase, acudía sin más, lo que obligó, erróneamente, a alargar la faena y aburrir al respetable.

Como una vaca lechera embestía el primero, un quintal de sosería, que estuvo por allí porque no tenía nada mejor que hacer. Desesperante…

Vamos, que si no fuera por el olvido…

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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