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El cerebro de Norman Foster

La Fundación con el archivo y la colección que inspira al autor del metro de Bilbao abre sus puertas en Madrid

Interior de la fundación de Norman Foster en Madrid.
Interior de la fundación de Norman Foster en Madrid. GUILLERMO RODRIGUEZ
Anatxu Zabalbeascoa

A partir de este jueves, si alguien quiere comprender cómo diseña Norman Foster (Manchester, 1935), de dónde obtiene las ideas o cómo han evolucionado sus preocupaciones, ese alguien tendrá que pasar por Madrid. El día en que el arquitecto británico cumple 82 años abrirá sus puertas la Norman Foster Foundation, que contiene su archivo: las maquetas, los planos y 1240 cuadernos con información de todos los proyectos en los que ha estado involucrado el autor del Reichstag de Berlín. En ese palacete del barrio de Chamberí— ideado por Joaquín Saldaña para el Duque de Plasencia en 1902— uno podrá averiguar cómo funciona el cerebro del proyectista más global de todos los tiempos.

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No deja de ser relevante que el más planetario entre los arquitectos estrella haya renunciado a una fachada marcada por su elegante sello tecnológico y concentre su marca personal en el diseño de un pabellón interior —llamado “de las inspiraciones”— que muestra maquetas de automóviles, aviones y construcciones que delatan la que siempre ha sido su gran pasión: el futuro. Así, junto al inmueble protegido que durante años sirvió como sede de la embajada turca y luego pasó a ser propiedad de Bankia, ese prisma de vidrio enmarca, drástica pero sutilmente, la inspiración del arquitecto resumida en un abrumador bronce futurista de Umberto Boccioni, Formas únicas de continuidad en el espacio, que recibe al visitante.

Norman Foster.
Norman Foster.

En la Fundación Norman Foster —que podrá visitarse gratuitamente solicitando cita previa— una escultura de Henry Moore duerme en el jardín, un Pájaro en el espacio de Brancusi dialoga con el ala de un ultraligero y la maqueta del Aeropuerto de Hong Kong y la del futuro aeródromo de la Ciudad de México —que acaba de empezar a construirse— exponen la evolución de un mismo idioma. Lord Foster of Thames Bank ha contado que fue la dotación (100.000 dólares, unos 89.000 euros) del Premio Pritzker, que recibió en 1999, lo que puso en marcha su fundación. Y que fue su mujer, la doctora Elena Ochoa, quien le recordó entonces la importancia que los viajes y las becas habían tenido en su propia trayectoria. Ambos decidieron dedicar ese dinero a que otros pudieran formarse, viajar y pensar. Desde entonces, la Fundación concede anualmente una beca para que arquitectos e investigadores indaguen “sobre el futuro de las ciudades y la supervivencia de las comunidades”. A eso quiere dedicar Norman Foster su legado: a investigar para construir sólidamente el futuro. Por eso, la Fundación reunirá este jueves en el Palacio Real a buena parte de sus patronos —del urbanista de la London School of Economics Ricky Burdett al diseñador de Apple Jonathan Ive— para que dialoguen sobre el futuro de las metrópolis con algunos de los artistas de la galería Ivorypress dirigida Elena Foster como Olafur Eliasson o Maya Lin.

El cambio como constante

A pesar de tener 81 años, Norman Foster parece vivir más en el futuro que en el presente. Ha utilizado el pasado más como un lugar del que salir corriendo que como un terreno en el que arraigar. Tal vez por eso, su Fundación es un espacio más cerebral que biográfico. Habla más de su pensamiento que del hombre que hay detrás de las ideas. “El cambio es la única constante”, avisa un neón junto a una columna metálica del aeropuerto de Stansted nada más atravesar el umbral.

Así, aunque Foster lleve días declarando que su Fundación está en Madrid por ser una ciudad “en la que la arquitectura ha ido de la mano de la ingeniería”, la estela de su esposa española —y de sus dos últimos hijos, Paola y Eduardo— planea sobre una decisión tan trascendental. Gabriel Hernández, responsable de proyectos e investigación de la Fundación, aporta una pista más: la humedad de Londres hacía más difícil mantener allí los más de 8.000 dibujos que conserva el arquitecto: desde un molino de Mánchester, dibujado en 1958, hasta los planos para el Puerto de drones en Ruanda que el estudio expuso en la última Bienal de Venecia.

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