Cuando un buen toro se va…
Curro Díaz no brilló ante la nobleza y la movilidad del quinto y escuchó división de opiniones
Cuando un buen toro se va… con las orejas colgando, algún fracaso, trufado con un jarrón de tristeza, deja atrás. La china le tocó ayer a un torero artista, fino y elegante como es Curro Díaz, que se encontró con una de esas tardes en las que la inspiración no acaba de llegar. Ya lo decía Manolo Vázquez: “Tener que hacer una obra de arte a las siete y media de la tarde de un día determinado es algo casi imposible”. Y eso fue lo que le pasó a Curro ante el cuarto de la tarde: que tenía el marco, los pinceles, la luz perfecta y el ánimo de la concurrencia, pero no tenía el cuerpo —el alma, mejor— para expresar la grandeza que la ocasión exigía.
Y miren que empezó bien. Nada más salir su primero al ruedo, se acercó con parsimonia al toro y dibujó —esta vez, sí— un manojo de preciosas verónicas que si bien no fueron un dechado de perfección, sí rebosaron serenidad, naturalidad y buen gusto. Y no acabo ahí la cosa; a renglón seguido interpretó un galleo por chicuelinas que supo a gracia celestial. Y así finalizó el presente capítulo.
El toro entró al caballo y demostró una mansedumbre dolorosa para la vista, y, además, dio muestras de invalidez. Comenzaron las protestas, y en ello estaba parte del público, cuando el banderillero Manuel Muñoz cayó en la cara del toro a la salida de un par y le infirió una cornada en el muslo.
Faena iniciada por alto y un cambio de manos con olor añejo. Detalles toreros de Curro silencian los tendidos, pero se suceden los enganchones y la escasa casta del animal. Todo se desdibujó.
La plaza se entusiasmó de esperanza cuando el cuarto, de nombre Escandaloso, se empleó en el piquero, acudió alegre en banderillas y obedeció con nobleza y prontitud a la muleta del torero. Hubo, al principio, más alborozo —otra vez, el toreo soñado y no vivido— que realidad. Había tomado Curro la muleta con la zurda, y con ella en las manos dio hasta siete tandas, en las que el toro no dejó de embestir con nobleza y fijeza y algo menos de la movilidad requerida. Hubo naturales chispeantes de empaque y hondura, pero no conjunción, ni profundidad, ni la emoción de las faenas redondas. Fue una labor intermitente, en la que lució más el toro —embistió siempre desde lejos, presto y con largo recorrido—, y, sin duda, mereció más de lo que recibió.
MONTALVO / CURRO DÍAZ, PACO UREÑA, LÓPEZ SIMÓN
Toros de Montalvo, bien presentados, astifinos, mansos, nobles y muy blandos. Destacó el cuarto, bravo en el caballo, alegre en banderillas y con clase por el pitón izquierdo.
Curro Díaz: pinchazo en los costillares, bajonazo y dos descabellos (silencio); bajonazo (división de opiniones).
Paco Ureña: estocada atravesada que asoma y un descabello (silencio); pinchazo y estocada que asoma (silencio).
López Simón: estocada desprendida —aviso— (silencio); media tendida (silencio).
Paco Ureña sufrió un traumatismo en la rodilla derecha, pendiente de estudio radiológico.
El banderillero Manuel Muñoz sufrió una herida de 20 cm. en el muslo izquierdo, que contusiona el nervio ciático y causa destrozos en los músculos isquiotibiales. Pronóstico grave.
Plaza de Las Ventas. Quinta corrida de feria. 15 de mayo. Lleno aparente (22.085 espectadores). Asistieron el Rey emérito, Don Juan Carlos, y la infanta Elena.
A Curro Díaz se le vio apresurado, eléctrico, tenso, sin pellizco ni embrujo. Vamos, que no era su momento. Lo intentó de veras, y siempre con la mano de la verdad, pero el cuadro resultante era para borrarlo y comenzar de nuevo. El brochazo final fue un bajonazo infame. En fin, que lo no puede ser, no puede ser…
Dice el parte médico que Ureña sufre traumatismo en rodilla derecha con inestabilidad ligamentosa. Nada para lo que le podía haber ocurrido. Acababa de salir el quinto, y cuando pretendía recibirlo con el capote, se le vino materialmente encima en una fracción de segundo. El torero trató de tomar el olivo —saltar al callejón—, pero no tuvo tiempo. Quedó con los pies en el estribo y medio cuerpo sobre las tablas, lo que aprovechó el toro para intentar ensartarlo como un espeto de sardinas. Felizmente, lo atropelló con la testuz y no con los astifinos pitones, pero el golpe fue tremendo. Tanto es así que el torero quedó desmadejado para el resto de la lidia.
A pesar de su maltrecho estado físico, tuvo agallas para trazar una meritoria tanda de redondos —la primera—, antes de que el toro se viniera abajo, lo que no impidió que dictara una lección de pundonor feamente coronada con la espada. Algo parecido le sucedió con el estoque en el segundo, un animal que carecía de fortaleza y clase.
Muchos pases dio López Simón al noble tercero y no dijo nada, porque a todo su quehacer le faltó olor y sabor. No tenía nada que decir el torero, o tampoco tenía cerca la inspiración. Sí dijeron, y mucho, Domingo Siro y Jesús Arruga con las banderillas, y el picador Tito Sandoval, acertado en su turno. El sexto no podía con su alma, y el torero madrileño acabó de confirmar que padece un problema de comunicación. Su casillero de mensajes está vacío.
Babelia
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