Carmen Machi, esa gran actriz
En el papel de Sor Ángela en ‘La autora de las Meninas’ ofrece un verdadero recital
En mi penúltimo recuerdo era Creonte, en Antígona, de Miguel del Arco, en la Abadía. Estaba imponente como una reina shakespeariana. La Machi puede ser monarca y mendiga en un vuelo. En la Abadía, me deslumbró por vez primera: anciana pícara; mitad Helen Hayes; mitad la Benina de Misericordia; en La tortuga de Darwin, de Mayorga, dirigida por Ernesto Caballero. Este último dobla como dramaturgo y director en La autora de las Meninas, que acaba de llegar al Goya barcelonés y no hay que perderse, aunque la recomendación roza lo ocioso, porque Carmen Machi es muy querida en mi ciudad. Desbordó el Lliure y el mismo Goya con el exitazo de Juicio a una zorra.
La Machi ha hecho mucho cine últimamente, y las imágenes en pantalla se me superponen a las de la escena. De camino al teatro rememoro tres cumbres recientes: la Casandra de Las furias, de Miguel del Arco; Rosa, la dignísima prostituta de La puerta abierta, de Seresesky, y Trini, la adicta a las tragaperras y la desdicha, de espaldas a la parroquia en El bar, de Álex de la Iglesia, yéndose al otro lado, túnel abajo, de nuevo mendiga y reina.
Noche de viernes. Cola a la entrada del Goya y vestíbulo atestado de adolescentes. Prejuicioso, temí una función atravesada de vocerío, risas excesivas, azuleo de móviles. Todo lo contrario: no se escuchaba una mosca, estaban (estábamos) prendidos todos de la Machi, siguiendo sus frases como si las colocara en el aire, encandilados con el menor de sus gestos, que nunca es menor porque todos tienen una mágica aleación de peso y vuelo. Los chicos y chicas eran estudiantes de bachillerato artístico. Uno me dijo: “He venido por el tema, pero sobre todo por ella: desde que la vi en Juicio a una zorra no me quiero perder nada de lo que haga”.
La autora de las Meninas es una afilada “sátira distópica”, muy juglaresca, con un punto de excesivo didactismo pero con mucha zumba. Un partido populista ha subido al poder y van a ventilarse medio Prado (o Prado entero) porque la crisis es galopante “y a nadie le importa ya eso del arte”, dice la nueva directora, así que encarga a Sor Ángela, copista genial, que rehaga Las Meninas para vender el original. Pero eso es solo el principio. Sor Ángela es un papel ideal para la Machi. En Londres, la bordaría Imelda Staunton; en París, Josiane Balasko. Aquí, bien secundada por Mireia Aixalà y Francisco Reyes, da un verdadero recital. Hay que verla moverse por escena como una dinamo, ingenua, irónica, tierna, feroz, enloquecida, como la monja de Melocotón en almíbar de Mihura, pero con speed en vez de sirope. Hasta cuando es abstracta tiene verdad: ahí quedan, en lo alto, esos portentosos microgestos al ritmo de Baby Elephant Walk, de Mancini, cuando la sensualidad entra en su cuerpo como una brisa. Y poseída luego por Walter Benjamin (y por Rafaela Aparicio), y danzando en puro trance dadaísta y… no cuento más. Hay que verla, en el Goya, hasta el 4 de junio. Y en Madrid, la próxima temporada. Y por si le sobrara tiempo, está aprendiendo en Badalona a bailar hip hop, me cuenta, para La tribu, de Fernando Colomo, su siguiente película.
Babelia
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