Un siglo después, Maya Deren sigue a la vanguardia de la vanguardia
La Filmoteca Española celebra el nacimiento de la cineasta experimental
Antes de que alguien inventará el término agitadora cultural, Eleanora Derenkowsky, más conocida como Maya Deren, ya lo hacía. Claro que también fue poeta, ensayista política y cinematográfica, militante troskista y la primer cineasta (hombre o mujer) en recibir una beca Guggenheim para que filmara lo que quisiera. Considerada la madre del cine underground estadounidense, el próximo sábado 29 de abril se cumplirán 100 años de su nacimiento en Kiev, y por ello la Filmoteca Española está recuperando con el ciclo Maya Deren, la cámara creativa su obra, no muy extensa ya que falleció a los 44 años por culpa de una hemorragia cerebral, provocada por una extrema malnutrición y su adición a las anfetaminas.
La obra de Deren va más allá de lo fílmico, ya que la artista se preocupó desde sus inicios por la distribución y exhibición del cine de vanguardia, y fue la pionera en visitar universidades y museos para llevar allí películas.
Aunque nació en Kiev, su familia se mudó a Siracusa (Nueva York) cuando ella cumplió cinco años, huyendo de los progromos antisemitas. En EE UU, influida por su padre, un prominente psiquiatra troskysta, militó en la Trotskyist Young People’s Socialist League. Allí conoce a quien será su primer esposo, Gregory Bardacke, con el que se casará cuando ella cumple los 18 años. Tras graduarse en 1935, el matrimonio se muda a Nueva York, donde Maya Deren sigue estudiando, ahora Literatura inglesa, y finalmente se divorcia de Bardacke. Será su segundo marido, el cámara checo Alexander Hammid, quien le enseñe los rudimentos del arte cinematográfico en 1942. En esos años, Deren trabaja como secretaria personal de la coreógrafa Katherine Dunham, una de sus influencias culturales. Dunham popularizó las danzas africanas y caribeñas, y de su mano Deren conoció Haití y el vudú.
En Nueva York vivía en el epicentro cultural, rodeada de creadores como Anaïs Nin o André Breton, y así rodó Witch’s Cradle, un corto experimental que empezó a filmar en 1943 en la Art of This Century Gallery de Peggy Guggenheim, y en el que mezcla surrealismo, ocultismo y antropología en 12 minutos sin acabar en los que un hombre mayor, sentado en una silla (Marcel Duchamp, el gran manipulador del arte), vive diversas ensoñaciones y pesadillas por parte de bruja (Pajorita Matta). En la frente de la hechicera se puede leer “The end is the beginning is the end is the...” (El fin es el comienzo es el fin es el...), una reflexión sobre la circularidad temporal que se repetiría en sus posteriores filmes.
Junto a Hammid filma y protagoniza ese mismo año Meshes of Afternoon, más reflexiones sobre la mujer, el individualismo y lo circular, que la descubre a sus coetáneos como renovadora del cine experimental. A este corto mudo, en 1952 su tercer marido, el compositor japonés Teiji Ito, le creó una banda sonora.
Deren se lanzó al cine. Además de otros filmes, en 1948 realiza Meditation on Violence, protagonizada por el maestro de las artes marciales Chao Li Chi para jugar con las difusas fronteras en belleza y violencia.
De 1947 a 1954 rodó 6.000 metros de una película en Haití sobre el vudú (que llegó a practicar), que nunca acabó y que tras su fallecimiento Teiji Ito montó junto a su nueva esposa, Cherel, en Divine Horsemen: The Living Gods of Haiti (1985). Mientras filmaba, Deren fundó la Creative Film Foundation para apoyar a cineastas indies. Ella misma calificaba su cine de “películas de cámara”: sabía que no eran para el gran público, pero tampoco quería caer en a marginalidad. Escritora compulsiva, en An Anagram of Ideas on Art, Form and Film sentenció: “Hago mis películas con lo que Hollywood gasta en pintalabios”.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.