Ed Sheeran: el héroe anómalo
Hay algo de experiencia iniciática con este músico: el público es joven, y para muchos el de ayer sería el primer concierto de sus vidas
Hay algo sorprendente en los conciertos de Ed Sheeran. Bueno, en realidad casi todo lo que acontece en torno a este muchacho mueve al pasmo. Y anoche, su arrolladora comparecencia en el WiZink madrileño solo sirvió para seguir abonando su leyenda como el héroe musical más anómalo del siglo XXI.
En términos estrictos, Sheeran es un cantautor. Con todas las letras y consecuencias. Voz y guitarra: eso es todo. Canta bien, toca francamente bien y atesora una capacidad evidente para la escritura de piezas tiernas, sentimentales y pegadizas. Los ingredientes son, en ese contexto, irreprochables. Ahora bien, el proceso por el que un joven trovador se erige en ídolo masivo, acaparador de escuchas digitales, receptor de suspiros clamorosos y garante de llenos sucesivos en los pabellones de medio mundo constituye casi un misterio. Y, como todos los misterios, también tiene su puntito de encanto.
Sumemos otro factor favorable: los conciertos de nuestro campeón atípico salen baratos. Como sucediera en el mismo recinto en noviembre de 2014, el pelirrojo británico (si con este pelirrojo no se nos molestan esta vez rubios, morenos, albinos o asiáticos) se las apaña para asumir el reto del directo en la más absoluta soledad. Durante los tres primeros cuartos de hora no hay músicos con los que repartir beneficios: Sheeran graba ritmos, ruedas de acordes y segundas voces con sus pedales y va disparando las pistas con una precisión muy meritoria. Luego aparece un teclista para ofrecer un ligero acompañamiento a How would you feel, primera balada de libro, y se dispara el consumo de los móviles en modo linterna. Aunque pocas baterías aguantarían, en general, el tute de toda la noche. Si vas a ver a un tipo como Ed, es casi seguro que le dejarás constancia al resto de la humanidad con un buen puñado de grabaciones.
Hay algo de experiencia iniciática en las veladas con Sheeran. El público es joven, en algunas áreas extremadamente jóvenes, y para muchos el de ayer sería el primer concierto de sus vidas; como mínimo, el primero de estas dimensiones. Los veteranos tiraban de sabiduría rememorando la visita de dos años y medio atrás. La de ayer fue más completa, pero nada tiene el encanto de las primeras veces.
La conclusión, después de 17 canciones dulzonas, parece clara. Ed Sheeran encarna el triunfo del chico buenecito. Y a casi todo el mundo le gusta que ganen los buenos. No es guapo, pero el gesto dulce y la barbita descuidada también suman adhesiones. No se gasta un dineral en ropa y comparece ante 15.000 personas con vaqueros y una simple camiseta negra. Alguna vez fue lo bastante malote como para tatuarse unos garabatos en el brazo derecho, pero solo bebe agua y alguna infusión, suponemos, en una taza de desayuno. Es quien es y como es, y no engaña a nadie. Y eso, en tiempos en que algunas grandes figuras cultivan su megalomanía con multitudinarios cuerpos de baile y tramos de playback, también se agradece.
Es verdad. Al repertorio del chaval de Yorkshire le sobra tanto edulcorante como a un surtido de bollería industrial. Hay una pizca de rap (Eraser), una estupenda pieza de nostalgia precoz (la inaugural Castle on the hill), un par de guiños a la alborozada música celta (Galway girl, Nancy Mulligan) y muchas, muchísimas crónicas para servir de soporte a corazones arrebolados. Su buenismo le equipara con otros chicos de vocación cándida, de Jason Mraz a Jack Johnson o James Blunt.
El nuevo y vendidísimo disco, Divide, no es ni mejor ni peor que sus antecesores, sino indistinguible. Solo se permite un gesto de populismo cuando, al afrontar los bises (Shape of you, You need me, I don't need you), se enfunda una camiseta de la selección española. Pero se empieza escuchando a Sheeran y más de uno llegará a Ben Howard, que está muy bien. Y de ahí, con suerte, a Nick Drake o Richard Thompson. Mientras tanto, disfrutemos de esa chavalería a la que se le acelera el torrente sanguíneo. La extraordinaria realización de Bloodstream en las cinco franjas verticales de pantalla gigante serviría como buen resumen para una noche de intenciones níveas y pulsos acelerados.
Babelia
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