El escritor que inspira a Le Pen y a Bannon
Jean Raspail, autor de ‘El campamento de los santos’ (1973), la novela que admira la extrema derecha francesa, defiende la visión de una Europa asediada
Un día, mirando al Mediterráneo desde una casa con vistas al mar en el sur de Francia, Jean Raspail tuvo una iluminación. “Pensé: ‘¿Y si ellos llegasen?”, recuerda. “A partir del momento en que la frase me vino, el libro se construyó casi sin que yo interviniese”.
La novela, El campamento de los santos, se publicó en francés en 1973. Muchos lectores han visto en ella un hábil artefacto ficticio que canaliza ideas radicales, incluso racistas. Al reeditarse en 2011, el Nouvel Observateur lo describió como un libro que, “sin ambigüedad, tanto por el vocabulario como por el imaginario, se sitúa en lo más íntimo del fascismo”. El crítico de Libération lo calificó de “odiosamente racista”. Otros lo han leído como un texto profético. Admirada por Ronald Reagan en los ochenta y citada en los noventa por el politólogo Samuel Huntington en El choque de las civilizaciones, la novela vive un renacimiento. La nueva derecha encuentra en ella un libro de culto en el que cree ver una anticipación de los tiempos actuales.
Steve Bannon, el consejero áulico del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, menciona el título para describir un Occidente invadido por los inmigrantes. Marine Le Pen, la candidata del Frente Nacional a la presidencia de Francia, recomienda su lectura para entender la “sumersión migratoria” que en su opinión vive el país.
El campamento de los santos, título sacado del Apocalipsis, imagina qué ocurriría si un millón desamparados desembarcasen en la costa francesa. Los habitantes de la región huyen hacia el norte. El presidente de la República renuncia a las órdenes de defender el territorio nacional. Las resistencias ceden.
“Hay que cerrar las fronteras pero, ¿quién soy yo para decir esto?”
A sus 92 años, Raspail, un autor de obra amplia y apreciada por la crítica y el público, no deja de alegrarse por la renovada actualidad de su novela más conocida y más polémica. Escucharlo en su apartamento del distrito XVII de París es adentrarse en una visión extrema del mundo, anclada en los márgenes de la derecha francesa más tradicional, pero significativa por cuanto su relato ha ayudado a modelar el pensamiento de personas que dirigen o aspiran a dirigir potencias occidentales.
“Sin quererlo, por una especie de misterio, preví algo que está ocurriendo”, dice. “No digo que hubiese una intervención divina, pero ocurrió algo. Estoy orgulloso de haberla escrito, porque es un aviso de que fui el único en hacer. Es un libro que fue y es muy útil”.
“Atención”, clama en otro momento. “El motivo principal del libro, en el fondo, no es la invasión de Occidente por el Tercer Mundo. En realidad, es una novela que describe la cobardía, la debilidad, la ausencia de ideales, la decadencia total en la que Occidente, es decir, nuestra Europa, está hundida desde hace un tiempo ya. Tenemos delante a un montón de personas con motivos potentes, y los dejamos entrar en masa por una especie de indiferencia triste”. Raspail, católico, identifica al Papa Francisco con la laxitud occidental ante la inmigración. Prefiere a Benedicto XVI, a quien rinde homenaje en una posdata a la última edición de El campamento de los santos.
Minorías amenazadas
“Mis ancestros eran católicos, estoy en un país que es cristiano desde hace siglos. ¿Por qué quiere que cambie? Formo parte de una cadena. Y en una cadena hay eslabones. Si rompe el eslabón se estropea todo. No tenemos derecho de romperlo”. Es una idea —la de la cadena hecha de eslabones irrompibles— que Raspail repitirá a lo largo de la entrevista.
Política, literatura y amistad
Jean Raspail conoce bien a la familia de Le Pen, a Marine y a su padre, el viejo líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen. "Ella me tutea, yo la tuteo, la conozco desde que ella tenía cuatro años", dice. "Y conozco muy bien a su padre. Hace tiempo que no nos vemos. Éramos como una fratría. Una banda de compañeros".
Entre los escritores más jóvenes, admira a Michel Houellebecq. "Considero que es un escritor bastante considerable, porque ha querido interpretar la época en la que vivimos". La última novela de Houellebecq, Sumisión, imagina a un musulmán a la presidencia de Francia. "No se equivoca", dice Raspail. "Puede suceder. Y todo el mundo lo encuentra perfecto".
Al abordar el delicado asunto del racismo omnipresente en un relato que opone a la llamada raza banca con los invasores de piel oscura, el autor que ha inspirado a Bannon y Le Pen responde sin disimulos. Raspail, autor de libros de viajes e incansable explorador en su juventud, evoca sus encuentros con tribus aisladas en Tierra de Fuego, en Japón o en América del Norte: “Toda etnia amenazada por el progreso y la invasión por otros, toda etnia minoritaria que se adapta está perdida, y toda etnia minoritaria que no se adapta está perdida. No hay solución”. “Y creo que ahora los blancos…”, continúa. Pero se interrumpe a sí mismo para quejarse: “Me gustaría que me dejasen en paz y poder pronunciar las palabras que me apetezcan, que no son palabras insultantes”. Se refiere a blancos. Después retoma el hilo: “Somos una minoría que cada vez será más minoritaria”. La tribu al borde de la extinción.
A la pregunta sobre si él tiene una solución, responde: “Yo no soy un intelectual. Simplemente un escritor. Pero tengo convicciones. Hay que cerrar enteramente las fronteras pero, ¿quién soy yo para decir esto?”.
Al final de El campamento de los santos, el narrador habla de “la incompatibilidad de las razas cuando comparten un mismo medio ambiente”.
“No retiro ni una palabra de esta frase. ¿Quiere decirme si en Estados Unidos les va tan bien, si el melting pot entre los negros y los blancos funciona?”, comenta Raspail tras releer la frase. “Toda civilización aguanta porque de siglo en siglo, de año en año y de día en día las cosas se transmiten intactas. Son los eslabones de la cadena. Si rompes el eslabón todo se fastidia”. Ante las evidencias científicas sobre la inexistencia de las razas, responde: “De esto no sé nada. Caemos en asuntos de especialistas”.
Cuando se despide, y mientras cierra la puerta del ascensor, repite, como un mensaje y una advertencia: “Y no se olvide del eslabón: no hay que romper los eslabones de la cadena”.
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