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Crítica | Rara
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Esa opresiva normalidad

La ópera prima de Pepa San Martín habla del poder opresor de la normalidad, centrándose en los efectos que este tiene sobre la fragilidad de una adolescente

RARA

Dirección: Pepa San Martín.

Intérpretes: Julia Lübbert, Emilia Ossandon, Mariana Loyola, Agustina Muñoz.

Género: drama. Chile, 2016

Duración: 88 minutos.

Una figura de estilo se repetirá de manera insistente en el curso de este relato: Sara, la protagonista, ocupando un lugar preeminente en el encuadre, mientras, a fondo de plano, fuera de foco, se distinguen las figuras de unos adultos que discuten. Sara está ingresando en la adolescencia, etapa de permanente inestabilidad que propicia todo tipo de cuestionamientos: tiempo de primeros amores, de afirmación de una singularidad, pero, también, momento en que emerge una nueva mirada sobre la figura de los padres; una mirada que cuestiona normas, rutinas e imposiciones, aunque también sanciona placeres y puntos de fuga. En la mirada del adolescente se funden la atracción centrífuga de quien quiere empezar a vivir, sentir y experimentar fuera del ámbito doméstico y el moralismo centrípeto de quien desea que lo íntimo se rija por las mismas normas que, en el más amplio contexto de lo social, definen lo que la mayoría, siempre de modo arbitrario, entiende por normalidad.

Decir que Rara es una película sobre la homofobia sería reducir drásticamente su alcance. Como Elle, de Paul Verhoeven –aunque con maneras muy distintas-, la ópera prima de Pepa San Martín habla del poder opresor de la normalidad, centrándose, en este caso, en los efectos que este tiene sobre la fragilidad y las incertidumbres de una adolescente, que vive, junto a su hermana pequeña, con su madre y la nueva pareja sentimental de esta, que es una mujer. Hay un detalle muy valioso al principio de la película: Cata, la hermana pequeña de la protagonista, ha dibujado en la escuela un retrato de familia en el que aparecen sus dos madres. Lo ha hecho con total naturalidad, porque su mirada incontaminada sabe que no hay ningún problema. San Martín tiene la sabiduría de no convertir a Sara en víctima de ningún tipo de exclusión o acoso: son nimios, pequeños comentarios del director del instituto, de su padre, de su abuela, los que van minando la seguridad de su territorio.

Lejos de todo maniqueísmo –aunque es fácil intuir que la calidad del afecto en el hogar paterno deja mucho que desear en comparación a la cómplice calidez de las dos madres- y huyendo de toda tentación de formular una tesis, Rara es una película sutil donde lo relevante –incluso una frustrada historia de amor- sucede en segundo término, pero resuena en el interior de esa Sara que es alma y foco del discurso.

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