El drama sugerido
La cantaora y el guitarrista Raül Refree dejan al Teatro Lara en conmoción con el estreno de su desnudo ‘Los Ángeles’
Rosalía Vila no es una revelación, sino más bien una eclosión. Emerge por el escenario del Teatro Lara e inspira una mezcla de incredulidad y asombro. ¿Cómo es tan joven? ¿Cómo puede llevar ya tanto tiempo sobre las tablas? ¿Cómo el mundo no la había escuchado antes? ¿Qué hace una chiquilla de 23 años cantándole a la muerte una canción tras otra, hasta configurar un álbum completo? ¿Y cuánto tardaremos en sufragar un busto para Raül Fernández Refree, ese productor o, más bien, instigador que no deja de generar belleza con todo lo que pasa por entre sus dedos?
Quizá deba transcurrir algún tiempo hasta que podamos evaluar el impacto de lo acontecido este jueves en el Lara, templo vetusto de la modernidad que, en esta ocasión, se quedó pequeñísimo. No era solo un concierto o la presentación discográfica de Los Ángeles, sino casi una ceremonia para desentrañar un misterio. El enigma múltiple de esta mujer que se escabulle de las categorías pero sugiere en cada frase el marchamo de su genio. Rosalía canta flamenco, diríamos, sin ser demasiado flamenca. Y Raül no es flamenco ni por aproximación. Se sabe los acordes, pero le resulta ajena la actitud: ni en pulso, ni en digitación, ni en nada. Tampoco en higiene postural, encogido y contrapeado como si temiera el escrutinio de las miradas contra su mirada. Y con ese aire suyo —tan poco flamenco, efectivamente— de un Sean Lennon ensoñador y ermitaño.
Lo curioso es que el arte jondo, en aproximaciones cada vez más desvanecidas, esté propiciando los episodios artísticos más conmovedores de los últimos tiempos. Ha sucedido con Niño de Elche, como tal y en su derivación de Exquirla. Y el propio Refree ya exploró esta heterodoxia junto a Sílvia Pérez Cruz para granada, el antecesor más obvio de Los Ángeles. Rosalía acaba resultando, sin embargo, más inquietante, más recogida y, seguramente, más verosímil. Abre el recital con la encantadora grabación de una titubeante voz infantil y ya en la segunda pieza, Aunque es de noche, despliega un trémolo sencillamente asombroso, con pasajes que bordean el spoken word y un final desvanecido, torciendo la cabeza para alejarla del radio de acción del micro.
La ceremonia, voz y guitarra sin un solo aditivo, termina resultando tan austera como cautivadora. Rosalía Vila reincide en la temática del sueño eterno y formula un drama susurrado, casi sugerido. Son historias dolorosas que pueden inducir emoción y hasta una extraña paz. No se levanta hasta Catalina,pero el efecto es mayestático: alta, guapa, perturbadora y, por encima de todo, magnética. No se concibe respirar mientras ella canta. Y duele el crujido de la madera del Lara como si fuera una severa profanación del silencio.
La estremecedora La hija de Juan Simón constituye el culmen. Rosalía la desgrana casi en diferido, arropada por una guitarra acariciada y sutilísima. Y el resultado es un arrebato, un cortocircuito emocional. Para el bis quedaron una saeta y la sorprendente versión de I see a darkness, de Bonnie “Prince” Billy, que suena tan alejada del flamenco como del americana. Ahí radica el mérito enorme. Rosalía y Refree sugieren procedencias varias, sin duda, pero nadie había descubierto antes su universo.
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