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Clásicos ilustrados para el siglo XXI

Fernando Vicente expone más de 200 originales creados para ediciones de grandes obras de la literatura universal

Maribel Marín Yarza
Ilustración para 'Drácula', de Bram Stoker, realizada por Fernando Vicente.
Ilustración para 'Drácula', de Bram Stoker, realizada por Fernando Vicente.

La Alicia de Fernando Vicente (Madrid, 1963) no lleva el mandil que le puso el británico John Tenniel; tampoco tiene su misma edad. Su versión ilustrada de Alicia a través del espejo (Lewis Carroll) para Nórdica la presenta algo mayorcita. Tampoco su Drácula (Bram Stoker) es exactamente el que consagró Béla Lugosi en el cine. Porque Vicente, pintor e ilustrador autodidacta y veterano colaborador de EL PAÍS, respeta la imagen icónica de los personajes a los que da una nueva vida, pero vuela todo lo que puede. “Ilustrar a los clásicos es un gran desafío. Es un reto abordar de manera distinta lo que otros han contado ya en libros o en cine y ofrecer una nueva visión. Este es un trabajo de autor. Si me equivoco, me equivoco yo”, dice.

Vayan y juzguen. La Biblioteca Joaquín Leguina de Madrid muestra hasta el 20 de abril más de 200 originales que este prolífico ilustrador ha realizado en los últimos 10 años para ediciones de obras como Peter Pan, de J. M. Barrie (Alfaguara); El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson (Bambú); La metamorfosis, de Kafka (Círculo de Lectores); 20.000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne (Graphiclassic) y así hasta 15 libros en Clásicos ilustrados, un viaje expositivo lleno de metáforas, donde un bosque es un lobo y un baile se narra en una falda.

Vicente se confiesa gran lector, pero no especialmente de clásicos. Lo suyo es la novela negra. Se ha visto abocado a amarlos a fuerza de trabajarlos. Primero, porque estos títulos son casi las únicas ofertas que llegan a los ilustradores de libros de adulto. Quizá, apunta, “por una cuestión de seguridad. Las editoriales saben que van a funcionar y encargan muy poquitos libros de autores actuales”. Pero ha habido también un segundo motivo por el que su relación con los clásicos se ha estrechado. Cada noche, mientras sus hijos —de 13 y 16 años— cenan, él les lee un libro. Ahora están con Eduardo Mendoza; empezaron justo después de que el autor lograse el Cervantes y ya llevan cinco obras suyas del tirón, pero entre mordisco y mordisco han caído antes Verne y tantos otros históricos de la literatura.

Siempre penúltimo de la lista para salir al encerado del colegio, puede decirse que Vicente es pintor e ilustrador por apellido. Se pasaba las horas haciendo retratos que regalaba a profesores —“a base de dibujos me fueron aprobando”—. Luego se metió en Artes y Oficios para preparar el ingreso en Bellas Artes, pero no le daba la nota. Para cuando se resolvió el recurso que presentó, no había quien le sacara de la Movida madrileña. Eran los años ochenta y ya estaba publicando en revistas como Madriz y La Luna de Madrid.

Su posterior trabajo como director creativo en una agencia de publicidad durante más de una década no hizo más que afianzar su necesidad de contar y de hacerlo a su manera: con su mirada poética, sus metáforas visuales, su pintura —él mismo fabrica su acrílico—, su búsqueda de documentación de época, sus característicos grises azulados y su afán por dar un aire distinto a trabajos siempre identificables como suyos. Pinte sus anatomías o pin ups, ilustre un libro o un artículo de prensa o varias cosas a la vez, Vicente se sitúa siempre de pie y con una faja ante el caballete —“estoy fatal de las lumbares”—. Tiene un gran tablero donde pone papeles con cinta de carrocero, de tal manera que puede replicar pinceladas —el rojo de un vestido de un personaje, por ejemplo— y hacer un libro entero con mayor rapidez. Así ha sido con las piezas de esta exposición.

“Pintar clásicos es como dirigir una película, con su director de arte, de vestuario...”, dice. Palabra de ilustrador.

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