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El convento de Santa Isabel la Real de Granada revive su mejor época

Los trabajos de restauración en el monasterio albaicinero del siglo XVI le devuelven el esplendor perdido

Javier Arroyo
José Guirao (d), director de Fundación Montemadrid durante la inauguración.
José Guirao (d), director de Fundación Montemadrid durante la inauguración.Fundación Montemadrid

Isabel la Católica ordenó la construcción del convento de Santa Isabel la Real en 1504, apenas 12 años después de la toma de Granada. Nacía así el primer convento para mujeres de Granada que, según su cédula de fundación original, habría debido erigirse en la Alhambra. Por razones desconocidas, acabó en el corazón del Albayzín, en la colina opuesta. El cambio de ubicación obligó incluso a emitir una nueva Cédula Real que, el 15 de septiembre de 1504, determinaba oficialmente la construcción del convento en el lugar que ahora ocupa. Cuando han pasado algo más de 500 años de aquello, el convento ha vivido un proceso de restauración tan importante que el espacio luce casi como lo vieron sus primeros usuarios.

La minuciosa restauración del convento de Santa Isabel ha durado una década y ha ocupado a un importante equipo de historiadores, restauradores y otros especialistas. También ha supuesto un desembolso económico de casi 1,2 millones de euros, 950.000 aportados por la Fundación Montemadrid y 237.000 por la Comunidad de Hermanas Clarisas, congregación que rige el convento. José Guirao, director general de la Fundación Montemadrid explica que “la decisión de actuar sobre este convento encaja plenamente en nuestro programa de restauración al tratarse de un bien muy interesante patrimonialmente aunque poco conocido. Esperamos que ahora adquiera un nuevo impulso”.

La gran colección de arte mueble de la ciudad

El convento de Santa Isabel la Real ha mantenido su uso religioso original desde su fundación. Fue el único convento en Granada al que no afectó la desamortización de Mendizábal –el decreto que a mitad del siglo XIX transfería al estado de manera masiva numerosas propiedades de la iglesia y de la aristocracia que luego fueron subastadas por el estado para, con ese dinero, rebajar la deuda pública. Por eso, mantiene la gran riqueza de arte mueble que ha ido acumulando desde el siglo XVI a la que sumó, en el momento de la desamortización, las colecciones que depositaron muchos de los conventos de la ciudad que sí fueron desamortizados.

El convento comprende dos ámbitos principales. El claustral o espacios en torno al claustro en el que la docena de monjas que lo habitan realizan su vida diaria y, a su lado, la iglesia, de arquitectura mudéjar, formada por una gran nave única con dos artesonados de madera de belleza excepcional, un retablo espectacular y un altar elevado 15 escalones sobre el nivel de esa nave, lo que le imprime una altura impresionante. Es ahí, en esta parte de la iglesia donde ha tenido lugar la intervención más importante. Carlos Sánchez Gómez, arquitecto responsable del proyecto, no puede evitar el entusiasmo cuando explica el esfuerzo realizado estos años. Su relación con el espacio y las monjas que lo habitan se remonta a hace más de 25 años. “Un compañero me avisó de que estaban a punto de hacer un disparate en el claustro”, cuenta Sánchez. Empezó por aquel claustro —que estos días luce primoroso— y ahora está a punto de terminar la puesta al día de la joya del convento: el presbiterio. “Las monjas han cuidado el espacio mucho pero 500 años de uso continuo acabaron por deteriorar las pinturas, las maderas del retablo y las del artesonado”, explica el arquitecto.

Detalle de una escultura restaurada.
Detalle de una escultura restaurada.

Allí se han realizado los principales trabajos de restauración. El retablo ha visto cómo sus policromías, altorrelieves y figuras exentas han revivido y recuperado su belleza original. También las pinturas murales que lo rodean han retomado una nueva vida en la que, profusamente se alternan trampantojos —engaños a la vista— y objetos reales; así, ventanas, balcones, puertas o rejas reales se enfrentan a sus equivalentes dibujados en la pared contraria.

Una pieza única es el artesonado del presbiterio. De un maestro anónimo, se trata de una superficie de más de 50 metros cuadrados de madera con formas geométricas preciosas unidas a lazo, es decir, sin un solo clavo. Ahí, cuenta Carlos Sánchez, han recurrido al mayor especialista en carpintería de lazo de Europa, Enrique Nuere. Sánchez cuenta que “las maderas estaban en una condición pésima, agarradas por alambres para que no se cayeran; ahora están perfectas y con su método original de no usar clavos o similares”. Finalmente, una iluminación especialmente cuidada pone el fin a un trabajo que cualquier visitante puede disfrutar diariamente en las horas de misa.

Otros espacios que han vuelto a su mejor época son la puerta Reglar, la puerta de acceso al convento que solo se abre en los días grandes, y la llamada Sala del granero, el refectorio o comedor que utilizaban las monjas en otros tiempos. La Sala del granero se convertirá en Sala de Fábrica del monasterio, es decir, en un espacio que mostrará mediante algunas maquetas y otros recursos la historia del convento, un espacio que, frente a la docena de monjas actuales llegó a albergar casi 200.

La Fundación Montemadrid deja el convento totalmente renovado pero también deja un encargo en formato de libro de manual de mantenimiento y cuidados que las monjas deben seguir. Se trata de un manual básico para cuidar las maderas, las pinturas y los suelos, explica José Guirao que concluye que “un cuidado diario y razonable permitirá no tener que volver a intervenir de urgencia nunca más”.

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