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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Italia como ausencia

Paradoja: a España solo llegan los artistas italianos que cantan en castellano

Diego A. Manrique
Un desconocido en España: Paolo Conte.
Un desconocido en España: Paolo Conte.

Cada equis tiempo, algún cantante español se lía la manta a la cabeza y factura un disco de melodías italianas. Generalmente, el proyecto es recibido con alborozo y (tal vez) una fugaz reflexión sobre la “extraña ausencia” de la música italiana en España.

De extraña, nada. A finales de los sesenta, los programadores de la radio musical decidieron que el pop anglosajón constituía el ideal, el estándar dorado, el modelo de modernidad. En pocos años, consiguieron que de las ondas españolas desaparecieran las voces hispanoamericanas, francesas, italianas…

Solo se hizo una excepción. Debido a la inagotable demanda de baladas románticas, los cantantes italianos superaban el veto de las radiofórmulas si pagaban el peaje de grabar regularmente en castellano. Eso explica que aquí sonara Lucio Battisti pero se ignorara a Lucio Dalla. O que Paolo Conte se quedara como personaje de culto mientras que Franco Battiato alcanzaba una popularidad asombrosa. Si cantaban en español, hasta se perdonaban esas adaptaciones que anticipaban el traductor de Google.

La eliminación de la música italiana en España coincidió con la implantación de multinacionales del disco estadounidenses como CBS o Warner, que potenciaban el producto que llegaba desde su casa matriz. Ninguna queja por la circulación del pop en inglés, que vivía tiempos extraordinariamente fértiles, pero cuesta aceptar que eso implicara cerrar el grifo que nos traía propuestas emocionalmente muy cercanas.

En plan conspiro-paranoico, alguno sospecha que se buscaba evitar las siempre enojosas comparaciones del pop nacional con el italiano. Entre los dos países hubo relaciones secretas: el primer rock & roll hecho en España seguía las pautas de los complessi italianos. Durante años, muchos artistas recurrían al buen hacer de técnicos y músicos milaneses: allí se elaboraron discos españolísimos de Los Brincos, Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel. Hasta el término “cantautor” tiene su origen en el país transalpino.

Aceleremos al siglo XXI. Mientras aquí se desmoronaba la industria discográfica, la infraestructura creativa italiana más o menos se ha mantenido: una red de estudios, arregladores, instrumentistas, productores de alta eficiencia. Que están al servicio de unos solistas que trabajan para un público ferozmente leal, bajo la lupa de una crítica atenta y erudita.

Nada es casual: ese humus permite el florecimiento de estrellas que no tienen parangón en España. Aparte de los ya mencionados, debemos citar a Vasco Rossi, Francesco de Gregori, Edoardo Bennato, Gianna Nannini y —fallecidos pero muy presentes— Giorgio Gaber, Fabrizio de André o Pino Daniele.

Por cierto: no esperen encontrar esos nombres en los créditos de esos “homenajes a la música italiana” que se graban esporádicamente en España. Para nada. Nuestros italianófilos rara vez miran más allá de la edad de oro del Festival de Sanremo. Ellos se lo pierden.

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