Qué final tan jocoso y cruel
'Moonlight' es una justa ganadora, aunque entristezca que 'Comanchería' se vaya de vacío
Aunque los párpados supliquen que los cierres porque dentro de poco amanecerá y notes los primeros efectos del cóctel químico que garantiza tu sueño, percibo en un principio la llegada del estupor, después un ataque de vergüenza ajena y finalmente un estallido de risa que logra que me caiga del sofá. Posteriormente, me embarga cierta piedad hacia aquellos desdichados convencidos de que iban a tocar el cielo y a los que un equívoco surrealista les envió al infierno. Estoy hablando del gag más cruel que ha perpetrado la historia de los Oscar. El apergaminado Beatty, sí, aquel hombre en cuyas afrodisíacas y saciadas yemas de los dedos quería reencarnarse Woody Allen, hace gestos raros al abrir el sobre que contiene el título de la gran triunfadora. Pero ladinamente le pasa el marrón a Bonnie Parker para que se lo coma ella. Salen los eufóricos productores de La La Land, mogollón de gente con comprensible hambre de gloria y de pastón y cuando llevan siete minutos entonando el capítulo de múltiples agradecimientos y tributos les comunican que el sobre estaba equivocado, que el Oscar a la mejor película le corresponde a Moonlight. El productor Jordan Horowitz reacciona con elegancia. Asegura a sus rivales que no hay ningún problema, que suban al escenario y que disfruten de su galardón. Así lo hacen, pero estos no le dedican ni una palabra de consuelo, ni un detalle generoso a los damnificados por el hilarante equívoco. Cada uno a lo suyo.
Aunque la comicidad del final de la gala fuera insuperable, también han existido otros momentos graciosos en ella. Los guionistas se han esforzado y el presentador es tan natural como competente. Era muy divertido ver el alucinado careto de esos turistas de Los Ángeles a los que introducen sorpresivamente en la Academia, su pasmo y su regocijo al constatar que están al lado de sus dioses e incluso pueden tocarlos.
Esperaba que el tono y el ingenio de los asistentes al referirse a la mayor pesadilla que sufre su país (de acuerdo, se la buscaron ellos a través de las sagradas urnas) y que acabará afectándonos al resto del mundo sensato fuera más vehemente, e incluso incendiario, pero a excepción de Gael García Bernal, la portavoz del director iraní Asghar Farhadi y el irónico speech de Jimmy Kimmel, no hubo más noticias del gorila siniestro.
Celebro que a la perturbadora, arriesgada, honda y sutil Moonlight le correspondiera la parte del león. La estimable La La Land no puede quejarse: los premios que le otorgaron son justos, pero también suficientes. Y no le hicieron ni puñetero caso a Comanchería, la película norteamericana que más y mejor me ha hecho vibrar este año, junto a la insólita y poética Paterson. La también misteriosa y espléndida La llegada fue ignorada. Su calidad permanecerá intacta, pero los criterios de la Academia seguirán siendo discutibles.
Y encuentro dos notables disparates en los galardones más prestigiosos y rentables del cine. Uno es el Oscar al mejor guion a esa cosita atormentada y cansina titulada Manchester frente al mar, pretenciosa hasta el mareo detrás de su esforzado realismo, falsamente trágica, aburrida hasta la exasperación, planificada al gusto de paladares vanguardistas que se pretenden exquisitos aunque sean grotescos. Y tampoco puedo entender el Oscar al insoportable Cassey Affleck y su gestualidad permanentemente psicópata e intensa. Es un actor al que pagaría por no verle.
¿Y momentos emocionantes en esta edición? El mío está claro. Ver y escuchar a esa impresionante señora y actriz excelente llamada Charlize Theron rindiendo tributo de admiración y de amor a Shirley MacLaine en El apartamento. La vejez ha tornado diminuto y frágil el aspecto de la señorita Kubelik. Da igual. La seguimos amando. La amaremos siempre. Aunque desde hace muchos años solo le interese la espiritualidad a mujer tan terrenal.
Babelia
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