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Crítica | La vida de Calabacín
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La orfandad contemporánea

La perfección también existe. Se ve en esta película de animación suiza recomendada solo a los más atrevidos e inteligentes, a los valientes

Javier Ocaña

LA VIDA DE CALABACÍN

Dirección: Claude Barras.

Género: animación social. Suiza, 2016.

Duración: 66 minutos.

La perfección también existe. Una categoría que no está fundamentada en ese tipo de película casi demasiado bella, pulcra y estudiadísima, con las cosas meridianas de principio a fin, sino en la anomalía asentada en la tradición, si es que ello es posible; en la explosión de creatividad al margen; en el salto mortal artístico y narrativo que no teme a nada. Ni siquiera a no estar indiscutiblemente destinada a su público natural; de nuevo, si es que ello existe. La vida de Calabacín es una película de animación suiza que no está recomendada a todos los niños y padres; solo a los más atrevidos e inteligentes, a los valientes, a los que no teman tener que dar y recibir explicaciones, aunque todo se entienda, a los que quieran zambullirse en un pozo de realidad social contemporánea. ¿Un drama para niños? No; o no solo. Te ríes, te emocionas, te sobrecoges.

Y además en apenas una hora y unos pocos minutos. Los autores de La vida de Calabacín tampoco han sucumbido a la tiranía de la hora y media de duración, a llegar ahí como sea, rellenando. Redonda también en eso, la película tiene su base en la novela de Gilles Paris Autobiografía de un calabacín, la historia de un niño de 9 años que vive con su madre alcohólica. A partir de ahí, con el director Claude Barras como mente pensante de la producción, la película se confecciona a partir de la animación stop-motion, con insólitos diseños de personajes, sin rémoras, reminiscencias, parecidos o copias de otras producciones. Marionetas de pelo rocoso, sin movilidad, narices rojas, cuerpecillo estrecho, enormes cabezas y aún más grandes ojos. Los ojos, plenos de vida, pupilas como faros de camión, los únicos que se mueven, junto a las mínimas bocas, encarnadas de dolor y pasión. Que Barras y sus compinches muestren tantas emociones con tan poco es un triunfo.

Todo en esta hermosa película remite a la mente de los niños. A su ingenuidad y a su enorme sentido del humor, a sus trazos infantiles. Barras, además, se ha hecho acompañar para su adaptación de la guionista Céline Sciamma (Lirios de agua, Tomboy, Girlhood), que algo sabe del universo infantil y juvenil más esquinado. Calabacín y sus amigos del centro social en el que acaban viviendo son hijos de nuestra maldita sociedad: de madres borrachas y drogadictas, de padres maltratadores. En realidad es el cuento de orfandad infantil de siempre, actualizado, donde las brujas son los parientes aprovechados de los recursos del gobierno. Una fábula de cenicientas contemporáneas compuesta a partir de muñecos de movilidad sencilla y mente despierta. Candidata al Oscar de la categoría de animación, La vida de Calabacín es delicada y espontánea. La película perfecta.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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