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Crítica | Lion
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Entre la inspiración y el reclamo

En su mitad inicial, el novel Garth Davis, reputado realizador de publicidad, demuestra que sabe contar una odisea sin apenas palabras

Javier Ocaña

LION

Dirección: Garth Davis.

Intérpretes: Sunny Pawar, Dev Patel, Nicole Kidman, Rooney Mara, David Wenham.

Género: drama. Australia, 2016.

Duración: 120 minutos.

En uno de los momentos más bajos de la historia reciente de los Oscar, la Academia decidió que la mejor obra del año 2008 había sido la británica ambientada en India Slumdog millionaire. Paradigma de la visión turística de la pobreza, y cortada por un patrón estructural que provocaba que desde el primer rollo se supiera cada paso de la historia, la película de Danny Boyle revelaba, con su fotografía de colores contrastados y sus encuadres y montaje de moderno videoclip, un concepto visual del que luego han tirado otras lustrosas pero vacuas películas: la miseria de diseño.

La base real de la historia, la semejanza de ambientes (allí, los suburbios de Bombay; aquí, Khandwa y Calcuta), el carácter inspirador del relato, y hasta el hecho de que siendo una producción australiana ajena a Hollywood, aunque impulsada por la maquinaria propagandística de Harvey Weinstein, se haya acabado colando en las principales nominaciones a los Oscar, hacían pensar en Lion como una nueva Slumdog millionaire. Incluso Dev Patel, el protagonista de aquella, lo es también de esta. Pero no es así. Al menos durante la primera hora de película.

En esa mitad inicial, el novel Garth Davis, reputado realizador de publicidad, demuestra que sabe contar una odisea sin apenas palabras. De la mano de la impresionante naturalidad del niño Sunny Pawar, sin cargar las tintas en el drama y con una excelente utilización de las elipsis, Davis compone un relato sincero, poderoso y cautivador de un crío de cinco años que, entre la pobreza y la adversidad, acaba perdido en Calcuta, a 1.600 kilómetros de su casa y sin conocer el idioma. Davis evita incluso que esta parte del relato se le llene de música que ayude a subrayar las emociones. No le hace falta, y prefiere los silencios, los ruidos de la calle o del tren y el estruendo de la gente.

Llegada la parte australiana, 20 años después de su extravío y ya como hijo adoptado de una familia con poder económico, Lion se torna una obra más convencional, con demasiada tendencia hacia lo lacrimógeno y lo musical. Como Slumdog millionaire, deja poco margen a que cada paso de la tortura mental del joven en busca de su familia india esté sentenciado por la obviedad y las extenuantes ganas de agradar y conmover, en lugar de por la complejidad. Y la mejor muestra es ese epílogo con imágenes de los personajes reales, el momento justo en el que la película se acaba apartando de su territorio natural, el cine, para convertirse en una ONG.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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