La tribu de los ‘Deadheads’
Una abigarrada tropa se congregaba cuando los Grateful Dead salían de gira
En su celebrada autobiografía (Born to run, Random House, 2016), Bruce Springsteen reconoce que se equivocó con los Grateful Dead. Esnob del rock proletario, en los 70 acudió a un concierto de los Dead y se quedó decepcionado. Tardó décadas en entender su “sutil musicalidad” y, sobre todo, su “sentido de comunidad”: a veces, reflexiona, “lo que importa no es lo que haces sino lo que ocurre mientras lo haces”.
Se refiere al fenómeno de los Deadheads. A finales de los 70, cuando se consideraba liquidado el movimiento hippy, empezó a materializarse una tropa nómada, visible cuando los Dead salían de gira. Miles de personas seguían al grupo. Muchos eran niños ricos; otros se financiaban mediante los mercadillos que brotaban en el exterior de cada recinto, vendiendo ropa, artesanía, comida vegetariana y, vaya, drogas.
Los Deadheads constituían una tropa ecuménica. En la novela Dioses lejanos (Alfaguara, 2008), de Mischa Berlinski, uno de esos “viajeros” pertenece a una saga de misioneros evangélicos; tras recibir una revelación cuando Jerry Garcia entona un himno religioso del siglo XIX, decide volver al negocio familiar, en las junglas del sureste de Asia.
En España, donde los Dead solo actuaron en una ocasión (Barcelona, 1981), se ignora mayormente su relevancia, cultural y comercial. En los noventa, ningún artista estadounidense alcanzó sus cotas de taquillaje: 285 millones de dólares. Habida cuenta de que se separaron en 1995, tras la muerte de Garcia, impresiona saber que en esa década solo fueron superados por esa implacable maquinaria que son los Rolling Stones.
Estudian el modelo de negocio de los Dead en cursos y libros. Son una de las diez compañías analizadas en Marketing radical (Gestión 2000), el libro de Sam Hill y Glenn Rifkin. Resumiendo: una empresa familiar, con empleados bien pagados, fidelizados con seguros médicos y planes de pensiones. Rechazaban los patrocinios y primaban la relación con sus seguidores. Desde 1967, establecieron una base de datos que anticipaba los métodos de la era Internet: permitía la comunicación directa con sus clientes, perdón, sus seguidores.
Ajenos a modas, los Grateful Dead se construyeron su nicho de mercado: conciertos extensos (mínimo de 4 horas), genuinamente cambiantes gracias a la profundidad de su repertorio y su gusto por la improvisación. En vez de prohibir que se grabaran sus actuaciones, reservaban una zona para los fans que llevaban magnetófonos. Esas cintas eran moneda de cambio entre la comunidad.
Todo esto es historia pero urge recordarlo. Entre su inmensa bibliografía, resulta recomendable Un extraño y largo viaje (Ediciones del Azar, 2016), lo más aproximado a una biografía oficial, firmada por el jefe de prensa del grupo, Dennis McNally. Encontrarán allí abundantes páginas dedicadas a los Deadheads, desde su aparición espontánea hasta que se convirtieron en problema de orden público, amenazando la continuidad del grupo como banda de directo.
El final del tomo, advierto, resulta amargo. Sugiero compensarlo con un baño de inocencia: se reedita (Rhino) el primer LP del grupo, que salió en marzo de 1967, ahora remasterizado y acompañado por la grabación del primer concierto que hicieron fuera de Estados Unidos, en un festival canadiense. Piensen en esos Grateful Dead como una suerte de work in progress: al igual que el resto de grupos de San Francisco, tropezaron en sus primeros pasos por el estudio de grabación. Y los resultados producen ternura.
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