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CRÍTICA
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Guardián de las expectativas

Plenamente coherente con la obra de su autor, 'The Last Guardian' se convierte, tras nueve años de desarrollo, en uno de los títulos del año

Jorge Morla

Uno de los pecados de los artefactos artísticos es muchas veces la disociación entre el plano presente y el reflexivo. Al igual que con las experiencias lectoras, cinematográficas o musicales, muchas veces esto pasa en el mundo del videojuego. En otras palabras. Hay juegos con ideas o historias gloriosas cuya jugabilidad no está a la altura, y existen juegos perfectamente entretenidos, o estimulantes, que sin embargo no consiguen dejar ninguna herida en la memoria. Se puede decir que el gran mérito de The Last Guardian es hacer igual de gozosa la sensación de estar jugándolo que el de haberlo jugado. Eso, y estar a la altura de las enormes emociones con que los jugadores lo esperaban desde hace tanto.

Como en anteriores juegos de Fumito Ueda (Japón, 1970), las escasas cinemáticas tienen la puntería suficiente para ampliar el universo del juego de forma brusca pero coherente, concretándolo todo en un mundo menos difuso que el que cada jugador ha imaginado, pero con el tino suficiente para conservar la magia del juego. En retrospectiva, se puede decir que este es uno de los pilares la obra del diseñador japonés. Dicho de otro modo, al no dar un universo demasiado cerrado, incoar al propio jugador a que, consciente o inconscientemente, amplíe los márgenes narrativos del juego. Ideas, teorías, suposiciones: imaginación, al fin y al cabo. Haciendo un símil con el propio Last guardian, interactuar con los juegos de Ueda es en gran medida recibir el empujón firme pero cariñoso del morro de un Trico, ser empujados, en este caso, a ser parte del proceso narrativo. Ser estimulados a pensar de forma creativa. Y este es uno de los mayores pasos que se pueden dar a la hora de crear un prestigio intelectual para el sector del videojuego.

Mucho más ambicioso en lo estético que sus predecesores Ico y Shadow of the Colossus aunque a primera vista no lo parezca, The Last Guardian consigue, por solemnidad, detalle y misterio, convertir ese kilométrico Nido en el que transcurre en un lugar ya referente en la ficción. Y el eje central de la trama y de la mecánica, que es la relación entre el protagonista y Trico, está desarrollado con precisión y sutileza, de forma bien creíble. Acariciar a la criatura solo porque la escuchamos ronronear de forma lastimera, y vernos recompensados con su mero cambio de actitud, es un hallazgo sentimental de primer orden.

Narrativamente, en los otros dos juegos de Ueda, las horas de juego hacen de prólogos a unos finales grandiosos, transgresores para con el propio juego y que dinamitan con severidad el ritmo anterior de la aventura: catalizadores que terminan por liberar toda una amalgama de sentimientos que el juego ha ido incubando con mimo durante su andadura. Pues quizá en este aspecto consiga The Last Guardian el mayor refinamiento de la obra de Ueda, al entregar una obra narrativamente seca pero perfecta en su coherencia.

Varias nubes tapan el sol, también hay que decirlo. The Last Guardian abusa quizá de alguna escena cuya fuerza es puramente cinematográfica: minutos de equilibrios y persecuciones que atenazan el corazón con su mezcla de planos y música, pero en las que nos limitamos a ser meros espectadores de una secuencia. Es una minucia, claro, pero en esos puntuales momentos viene la frase de aquel a la mente: no es eso, no es eso. De todos modos, hacer bien lo que hace otro arte aunque aquí no toque no es tan grave como tener defectos en la mecánica del propio juego, como el automático y caprichoso movimiento del protagonista para agarrarse, o fallos de cámara que, estos sí, sacan al jugador de la partida (incluso, en cierto momento subacuático, amagan con desesperar). Convengamos, eso sí, que por diferencias de tamaños en los personajes y los escenarios, el punto de vista no siempre tiene una solución lógica. La música, finísima y menos importante que en Shadow of the Colossus, es un recurso bien integrado que tampoco en conjunto alcanza la magnificencia de la de aquel.

Solemnidad es un apalabra que viene a la cabeza cuando se piensa en los juegos de Ueda. Bien podría ser la palabra justa si hubiera que quedarse con una sola, un solo sentimiento que sus juegos transmitan. Pocas veces el respeto y el mimo que se le imprime a un producto consigue llegar de forma tan directa al consumidor. Hay criaturas que solo pueden ser tratadas con respeto. Fuerzas cuya majestad invita a reverencia. Eso podría ser Trico en el universo del juego, y eso podría ser The Last Guardian en el nuestro. Una propuesta que, concuerde más o menos con nuestras preferencias, ha de ser tratada con el respeto que logra merecerse. Una criatura rotunda y referente de la cual solo cabe lamentar su largo proceso de gestación. Eso, y que termine. Que, a regañadientes tengamos tarde o temprano que decirle adiós.

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Sobre la firma

Jorge Morla
Redactor de EL PAÍS que desde 2014 ha pasado por Babelia, Cultura o Internacional. Es experto en cultura digital y divulgador en radios, charlas y exposiciones. Licenciado en Periodismo por la Complutense y Máster de EL PAÍS. En 2023 publica ‘El siglo de los videojuegos’, y en 2024 recibe el premio Conetic por su labor como divulgador tecnológico.

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