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Crítica | La doctora de Brest
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sola ante el veneno

La superlativa Sidse Babett Knudsen es alma, luz y. sobre todo, nervio de una película que sueña en Loach

La alteración del juramento hipocrático puede responder a la necesidad de poner en cuarentena, tras concienzuda reflexión ética, el lastre de viejos límites morales –“Me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos- o a la escasa resistencia ante el constante asedio de un presente medularmente amoral: en este último caso encajan quienes, en connivencia con una dadivosa industria farmacéutica más concernida por el aumento de beneficios que por el descenso del dolor, olvidan eso de “jamás daré a nadie medicamento mortal”.

LA DOCTORA DE BREST

Dirección: Emmanuelle Bercot.

Intérpretes: Sidse Babett Knudsen, Benoît Magimel, Charlotte Laemmel, Isabelle de Hertogh.

Género: drama. Francia, 2016.

Duración: 128 minutos.

La neumóloga de la localidad bretona de Brest Irène Frachon tuvo claro que el elemento central del juramento no era otro que el paciente: la única figura a la que una profesional de la medicina tendría que rendir cuentas. Cuando, en 2007, Frachon intuyó una relación causa-efecto entre la administración de un medicamento contra la diabetes y el diagnóstico de una serie de letales valvulopatías, su íntima convicción ética se convirtió en el sostén de una obsesiva gesta personal que, tras un tenso pulso con las instancias del poder farmacéutico y la censura del título de su libro Mediator 150 mg: Combien de morts?, culminó con la retirada del letal fármaco.

El libro es el punto de partida de La doctora de Brest, quinto largometraje dirigido por Emmanuelle Bercot. La descarnada visceralidad que caracteriza sus trabajos como actriz –ahí está el recuerdo de la reciente Mi amor (2015), de Maiween- encuentra su correlato, en su labor como directora, en la estrategia de mimetizar, a través de una puesta en escena exaltada y quizá excesivamente dinámica, la expresividad de su protagonista: una superlativa Sidse Babett Knudsen que es alma, luz y. sobre todo, nervio de una película que sueña en Loach, pero sigue moldes más cercanos a un cine comprometido americano teledirigido hacia la victoria moral de su heroína.

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