‘La isla del viento’, una faceta desconocida de Unamuno
Manuel Menchón escoge dos momentos claves de la vida de Unamuno, el confinamiento en Fuerteventura y el acto académico del 12 de octubre de 1936
En La isla del viento, Manuel Menchón afronta con éxito un doble reto: dedicar su primera película de ficción a la figura titánica de Miguel de Unamuno (1864-1936), nunca llevada al cine hasta ahora, y ofrecernos una semblanza a la vez íntima y emblemática de aquel gran intelectual, objeto de tantos juicios contradictorios.
El título de la película, a la vez sugerente y enigmático, omite deliberadamente cualquier referencia a Miguel de Unamuno, pero remite mediante un largo flashback a la isla de Fuerteventura en la que el catedrático, confinado con el diputado republicano Rodrigo Soriano por el dictador Miguel Primo de Rivera, vivió durante unos meses (10 de marzo - 9 de julio de 1924). Manuel Menchón nos ofrece una visión poética de una isla bañada por una luz suave, con hermosos paisajes marítimos o desérticos, pero estas imágenes de ensueño no ocultan la terrible pobreza que sufrían entonces muchos de sus habitantes, pintados sobriamente, pero con mucha humanidad.
Si bien Fuerteventura es el principal escenario de la película, las primeras secuencias nos sitúan doce años más tarde en Salamanca, al lado de Miguel de Unamuno, poco antes de la celebración del Día de la Raza. Huyendo con razón de la tentación del biopic —incompatible con el formato de una película tradicional—, Manuel Menchón escoge dos momentos claves de la vida de Unamuno, el confinamiento en Fuerteventura y el acto académico del 12 de octubre de 1936. Nos acerca a la figura del catedrático, valiéndose de unos toques a la vez simbólicos y fidedignos que nos revelan su profundo conocimiento de la biografía del personaje y su empatía. Está claro que algunos puristas o estudiosos de Miguel de Unamuno achacarán al director varias libertades con la realidad, pero estos reparos nos parecen vanos a la hora de adentrarse en el alma de este hombre. Por nuestra parte, preferimos atenernos al espíritu más que a la letra y afirmar que más allá de la ficción, Manuel Menchón supo captar la "esencia" de la personalidad unamuniana, su pudor y su profunda humanidad, muy perceptibles en su correspondencia, pero disimulados bajo la "costra" de un semblante a veces adusto.
Al relatar la estancia de Unamuno en Canarias, Manuel Menchón destaca el interés constante del confinado por los niños, principalmente por su educación, mediante el personaje ficticio de Cala, la niña cabrera de Fuerteventura que enlaza los dos escenarios y épocas de la película. Sugiere las dudas religiosas del catedrático encarnadas en el personaje del párroco don Víctor San Martín, alter ego del protagonista de San Manuel Bueno, mártir. Recuerda su constante anhelo de justicia social, claramente expresado durante las campañas agrarias contra los terratenientes del Campo Charro antes de la Gran Guerra. En fin, deja constancia de su profundo apego a las Islas Canarias relacionado con su descubrimiento de la naturaleza y su solidaridad con los majoreros, apego simbolizado por su inquebrantable amistad con el rico comerciante Ramón Castañeyra. En una palabra, parece que vemos Fuerteventura con la mirada de Miguel de Unamuno, al principio ensimismado, desconfiado y reacio, contagiado luego por el ambiente, a imagen de la secuencia del tango con Delfina Molina, tan ficticia como simbólica. Lo cierto es que esta estancia forzosa en la isla, momento propicio a la reflexión, lugar de paz en medio de sus guerras interiores, fue una etapa definitoria en su vida y cambió su visión del mundo.
En cuanto a la evocación de la intervención de Miguel de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, cuya dramatización fue objeto de tantas mitificaciones y mixtificaciones, si bien toma de nuevo libertades con la historia, constituye el clímax de la película y el compendio del mensaje que quiere transmitir Manuel Menchón a los espectadores, y sin duda alguna a los más jóvenes. La protesta de Miguel de Unamuno contra la violencia de una guerra que llama "incivil" debió de cifrarse en realidad en la fórmula lapidaria "vencer no es convencer", presente en varios de sus últimos escritos. Es a la vez un canto a la dignidad humana, un grito de dolor y de incomprensión frente a la actitud de una juventud a quien tanto había inspirado y que ya no se encuentra en sintonía con él.
En La isla del viento, Manuel Menchón tiene el inmenso mérito de llevar la figura de Unamuno al gran público, rescatando su dimensión humana pero también política y social, recalcando la vigencia de un mensaje universal de tolerancia y de resistencia que coloca la razón por encima de todas las violencias. Merece la pena ver La isla del viento por la belleza y calidad de las imágenes, por el mensaje que difunde, por la interpretación de los actores y sobre todo la del magistral José Luis Gómez que consigue actuar como Unamuno, moverse como Unamuno, hablar como Unamuno y en una palabra SER UNAMUNO.
* Colette y Jean-Claude Rabaté son autores de la Biografía de Miguel de Unamuno (Taurus, 2009)
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