El americano tarado
La biografía de Warren Zevon presenta un retrato espantoso del cantautor
En estos días tenebrosos, uno puede optar por recurrir a música enérgica, como alimento y como medicamento. Uno puede escoger la formidable discografía de Warren Zevon (1947-2003), cantautor californiano con una docena de álbumes. Además, tenía en espera la biografía que escribió su exesposa, Crystal Zevon, titulada I’ll Sleep When I’m Dead: The Dirty Life and Times of Warren Zevon. No fue buena idea la combinación.
Warren Zevon encaja en el biotipo de artista que calienta la imaginación al público rockero fino. Un destroyer que arrasaba corazones y habitaciones de hotel. Un perdedor que le echó arrojo a la vida hasta cuando supo que tenía un cáncer incurable. Por estas zonas de la parroquia, no podemos resistirnos a lo de “genio y figura hasta la sepultura”: consumimos mitología.
Sin embargo, el libro de Crystal funciona como una ducha de agua fría. Escrito a petición de su exmarido, que exigió que se contara la verdad completa y cedió sus diarios, alterna esos textos con un encadenamiento de testimonios: novias, músicos, mánagers, famosos admiradores. El perfil que emerge es, vaya, espantoso.
No nos podemos hacer de nuevas. Los ecos de sus andanzas llegaban, aunque amortiguados. Aquí también había rumores, a partir de su estancia en Sitges, allá por el verano de 1975. Su monumental consumo de alcohol y otras drogas, los arrebatos de vandalismo, la crueldad.
Incluso considerando los laxos estándares de la tropa del rock californiano de los setenta y los ochenta, lo evocado por Crystal rebasa los límites. Maltrato de pareja, disparos en borracheras, el juego de la ruleta rusa. Pero la comunidad artística protege a los suyos: todo se disculpa, mientras no te veas afectado directamente.
Warren era criatura atípica entre aquellos cowboys de pelos largos. De formación clásica, contaba que disfrutó de unas clases informales con Igor Stravinsky, donde ambos analizaban partituras. Machacaba el piano y cantaba con una voz no particularmente hermosa, aunque el todo resultante tendía a lo irresistible. Su fuerte eran las letras, retratos de inocentes y marginales en situaciones apuradas.
Tenía arte para las frases contundentes, esas oraciones que contienen la semilla de una historia o un personaje. No debe sorprender la admiración que le manifestaban autores de novela negra como Ross MacDonald, Carl Hiaasen, Jonathan Kellerman. Su canción Things To Do in Denver When You’re Dead se convirtió en película; Lawyers, Guns and Money hubiera pasado al cine, de no ser por su fondo de Guerra Fría. Pero no vamos a hacer la nómina de sus fans ilustres: iban desde Springsteen y Bob Dylan para abajo.
Y ese quizás fue uno de los problemas. Aunque solo tuvo un éxito (Werewolves of London, 1978), Zevon ingresó en el planeta de las celebrities y ya no quiso salir. Le tocó el papel de bufón, de –como decía una de sus canciones- “Chico excitable”. Sus actos podían causar consternación pero sus famosos colegas nunca se quedaban para barrer los destrozos.
Por el contrario, insultaba a los técnicos y no cuidaba a sus músicos; hasta regateaba crédito, dinero, respeto a los coautores de algunos de sus temas. Y no hablemos de sus compañeras de cama, muchas grabadas in fraganti (tenía mala conciencia al respecto: instruyó a su hijo para que, una vez muerto, eliminara los videos comprometedores).
El triunfo de Donald Trump me ha hecho reflexionar sobre Warren. Nunca estuvo politizado, aunque le salían ramalazos conservadores en discusiones matrimoniales. Apoyó a Jesse Ventura, estrella de la lucha libre, en su carrera política, que le convirtió en gobernador de Minnesota en 1999. Sí, puedo imaginarle haciendo campaña por Trump…si le pagaban viajes en primera clase y un caché hinchado.
A veces, es mejor no profundizar. Durante años, quise visitar el restaurante chino del Soho que mencionaba en la primera estrofa de Werewolves of London. ¿Y saben una cosa? Cuando finalmente entré en el Lee Ho Fook, resultó tener una comida excelente pero servida por unas camareras antipáticas. Sí, Warren Zevon sabía de lo que hablaba.
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