Nápoles bajo cero
Jonas Kaufmann, en su plenitud artística, aborda las canciones meridionales italianas de manera impecable pero desde unos excesivos frialdad y academicismo
Supongo que resulta demasiado pretencioso escribir que el último disco de Jonas Kaufmann me ha recordado un cuadro de Brueghel. Y no cualquier Brueghel, sino Brueghel el Viejo. Ni a cualquier cuadro, sino a una interpretación del Golfo de Nápoles que impresiona en su expresionismo y en su concepción nórdica.
Estuvo Brueghel en Nápoles, como estuvo en Calabria y en Sicilia, pero la sobreexposición meridional no le hizo renunciar a su propia idiosincrasia flamenca. Menos aún cuando el cuadro en cuestión alude a una corpulenta batalla naval y recrea la ciudad muy lejana y misteriosa, como un antiguo crustáceo.
El cuadro de Brueghel es pequeño. Y se exhibe en la Galería Doria Pamphilj de Roma, cuya fama entre los museos europeos no puede disociarse de la cámara donde se aloja el retrato del papa Inocencio X de Velázquez. O Inocencio "Díez", como vino en llamarlo un conocido periódico madrileño cuando el cuadro recaló prestado unos meses en el Museo del Prado. Inocencio Díez. El papa Díez.
No divaguemos. Estábamos comparando el cuadro de Brueghel con el disco de Jonas Kaufmann. Una extrapolación quizá arbitraria que se explica en la concepción nórdica, heladora, que el tenor germano aporta a su disco de canciones napolitanas.
Y es un disco extraordinario porque exhibe Kaufmann todas las cualidades del cantante -la voz oscura y timbrada, el fraseo, la dicción cristalina, los matices, el poderoso brillo de los agudos, la personalidad, el dramatismo-, pero sus versiones se resienten de una cierta distancia sentimental. Canta Kaufmann con los pinceles de Brueghel en su paleta de artista.
Y artista lo es Kaufmann. Un artista imponente, apabullante. Su único problema con la canción napolitana consiste en la distancia cultural. Le faltan picardía y ligereza a sus versiones. Y se nota que no ha estrechado la mano de Pulcinella. Se nota que no ha viajado en Vespa y sin casco por las callejuelas del barrio español.
Por eso recuerda Kaufmann al inspector de "El día de la lechuza", sublime novela de Leonardo Sciascia que plantea a los lectores la incomodidad de un policía del norte de Italia en la "incomprensible" y endogámica sociedad del sur. Las canciones napolitanas no hay que cantarlas, hay que sentirlas. De ahí la posición hegemónica de Caruso, pero también las contribuciones de otros cantantes menos dotados que Kaufmann y más sensibles, en cambio, al estupor del Vesubio. Se me ocurren algunos tenores ligeros como Bruno Venturini, y pienso en otras voces menos académicas, como la de Pino Daniele.
Es perfecto el disco de Kaufmann. Tan perfecto que su dicción asombrosa permite reconocer las letras de las canciones como si las estuviéramos leyendo. Y es entonces cuando identificamos la cursilería de la canción Caruso (Lucio Dalla) cuando resulta embarazoso y empalagoso el texto de Parla più piano, celebérrimo hit de El padrino que Kaufmann incluye en su catálogo enciclopédico de "Dolce vita. (Sony)
Es un tópico el título del disco, como son inevitables, casi obligadas, las canciones que repasa el coloso germano (Core n'grato, Musica proibita, Volare). Todas ellas avalan su liderazgo absoluto en el escalafón, pero no marcan la diferencia como sucede cuando interpreta el verismo, el repertorio francés, Verdi los héroes wagnerianos y, más todavía, el lied.
Y es el lied el argumento de su reaparición en España. Está anunciado el 22 de noviembre en el Teatro Real, un aplazamiento de su recital previsto el pasado de 10 de enero y que puede convertirse en una maldición, pues sucede que Kaufmann ha tenido que cancelar sus funciones de Los cuentos de Hoffmann en París y que podría volver a caerse del cartel. Consolémonos con sus discos.
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