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INFINITO PARTICULAR
Columna
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‘Mademoiselle’ Boulanger

La pedagoga francesa fue maestra de Astor Piazzolla, Aaron Copland o Quincy Jones

La compositora y pedagoga Nadia Boulanger.
La compositora y pedagoga Nadia Boulanger.

Por su piso de París, en el 36 de la rue Ballu, pasaron Aaron Copland, Astor Piazzolla, John Eliot Gardiner, Elliott Carter, Quincy Jones, Philip Glass, Egberto Gismonti o Michel Legrand. Nadia Boulanger (1887-1979) fue una extraordinaria pedagoga: Nadia Boulanger. Teacher of the Century se títuló un concierto de la American Symphony Orchestra celebrado en Nueva York. Una placa en la fachada del edificio donde vivieron recuerda a Nadia y a Lili, su hermana menor, compositora fallecida con 24 años. Y el Centre International Nadia et Lili Boulanger (CNLB) se encarga de preservar su memoria.

Juliette Nadia y Marie Juliette, llamada Lili, eran las hijas de un compositor y profesor francés y de una joven princesa rusa. Nadie, discípula de Fauré y condiscípula de Ravel, amiga de Stravinsky y de Leonard Bernstein, renunció a la composición tras la muerte de su idolatrada hermana, y se dedicó casi por completo a la enseñanza. Por lo general, los mejores maestros no son grandes compositores ni destacados instrumentistas: tampoco los grandes músicos suelen ser buenos maestros. Además de trabajar en la Escuela Normal de Música de París y el Conservatorio Americano de Fontainebleau, Nadia Boulanger fue la primera mujer que dirigió la Orquesta Sinfónica de Boston y la Filarmónica de Nueva York.

En las paredes de su domicilio, en cuyo salón había dos pianos de cola y un órgano, colgaban fotos dedicadas de André Gide, Paul Valéry o André Malraux. Antes de admitir a un estudiante en sus clases particulares le sometía a un riguroso examen. Era muy exigente. Pelo recogido en la nuca, gafas de marco fino y traje sastre, lo sabía todo de la música y no se le escapaba nada: un alumno le intentó colar, entre cuarenta variaciones sobre un mismo tema, un par que eran idénticas pensando que no se daría cuenta. Se las toca al piano y ella dice: la cuatro y la catorce están repetidas.

Enseñaba contrapunto, armonía, análisis musical… Poco discurso teórico, solo las reglas esenciales, y mucho trabajo práctico. Podía dar su primera clase a las siete de la mañana y la última bien entrada la noche. Los miércoles por la tarde organizaba reuniones con sus mejores alumnos para tocar y discutir sobre música. Afirmaba que la educación consiste en llevar a las personas a que sean ellas mismas con disciplina, pero también con intuición y amor. Cuando en 1969 el brasileño Egberto Gismonti le mostró una obra recién escrita, ella le preguntó lo mismo que al argentino Astor Piazzolla en 1954: “¿Dónde está usted monsieur Gismonti? No le encuentro en esta música y me preocupa”. Mademoiselle, como todos la llamaban, tuvo que explicarles a los dos que lo que hacían estaba bien escrito, pero falto de emoción, y que se habían olvidado de sus raíces.

Astor Piazzolla contó en sus memorias que la volvió a ver en París, ya nonagenaria, en silla de ruedas y prácticamente ciega. Se acercó a ella, le tomó la mano y le dijo: “Mademoiselle Boulanger, no sé si me recordará”. Y ella contestó: “Cómo no voy a acordarme de usted, mi querido monsieur Piazzolla”.

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