El arte sonoro rompe sus propios límites
La exposición de la Fundación Juan March sobre esta pulsión artística se presenta como una referencia histórica imprescindible
Hay disciplinas y prácticas artísticas que han surgido y se mantienen en permanente conflicto con sus propios límites. El arte sonoro entra de lleno en esta categoría. El siglo XX fue pródigo en batallas artísticas. La vanguardia, desde al menos el futurismo y frontalmente en el dadaísmo, se propuso eliminar categorías y romper membranas de separación del arte sacrosanto.
Pero es después de la Segunda Guerra Mundial cuando se ponen en pie herramientas para que esa ruptura no fuera solo una sobreactuación. Aparece la música concreta, el happening y, sobre todo, la necesidad absoluta de superar problemas viejos y cargados de europeísmo. John Cage proclama decía que todo lo que nos rodea es arte y que este es la vida. Y el sonido es una de esas cosas que nos rodean en cualquier circunstancia, con lo que el paso está dado para proclamar una ecología sonora indispensable. El mundo es una sinfonía, como soñaba Scriabin, pero no estábamos sabiendo escucharla.
En España esta pulsión artística se articula a partir de los años sesenta y, sobre todo, explota en los célebres Encuentros de Pamplona de 1972, donde acude Cage y encuentra una generación de jóvenes sedientos de todo. El resto es historia. La exposición Escuchar con los ojos busca mostrar e interrogar a esa historia.
El arte sonoro es una concepción de la práctica artística que los jóvenes actuales han adoptado sin prejuicios y con bastante desmemoria, es una de las atribuciones de los jóvenes; pero esa tercera dimensión que da la historia tampoco viene mal y, en realidad, es imprescindible si uno quiere pisar terreno firme.
La exposición que presenta en Madrid la Fundación Juan March tiene dos comisarios importantes: José Iges y José Luis Maire. Pero es el primero quien lleva el peso de la memoria de la disciplina en nuestro país. En efecto, José Iges ha batallado por el arte sonoro en todos los frentes; como artista mantiene una presencia obstinada y regular brindando muestras e instalaciones sonoras (muchas de ellas con su compañera, la artista plástica Concha Jerez) casi como una cosecha regular. Como animador e historiador in pectore del arte sonoro ha sido responsable durante décadas del programa de radio Ars Sonora (Radio Clásica). A todo ello, Iges añade un carácter minucioso y un ecumenismo artístico encomiables. Para quien conoce este sector, se hace difícil pensar en la existencia de esta exposición sin su presencia. No falta nada ni nadie en una selección rigurosa de personas y corrientes nada fáciles de aglutinar.
Pero si Iges es, en mi opinión, el vórtice de la muestra, no estaríamos ante un acontecimiento sin el empeño de la Fundación March. Esta muestra ya ha visitado otras sedes de la Fundación, Palma de Mallorca y Cuenca, aunque con variantes que hacen de la exposición madrileña el culmen de la actividad. Si podemos hablar de exposiciones vivas, esta es una de ellas de pleno derecho; y lo es porque plantea interrogantes y deja al visitante las respuestas.
Y hay interrogantes a raudales: ¿el arte sonoro es música, artes plásticas o ninguna de las dos cosas? ¿Los artistas conceptuales lo son también sonoros? ¿Cualquier cosa con sonido o ruido es arte sonoro? ¿Qué pinta la electrónica en todo ello? ¿Hay arte sonoro sin sonido? ¿Dónde se muestran mejor estas actividades, en museos y ámbitos de las artes plásticas o en espacios musicales? Etcétera, etcétera, etcétera.
En realidad, muchas de estas preguntas parecen responderse solas. El Grupo Zaj se inició con unos actos llamados conciertos, creó un escándalo fenomenal (todavía existía Franco y eso impone mucho) y al final han sido reconocidos en grandes museos, mientras que han desaparecido prácticamente de cualquier sala de conciertos por más alternativa que se pretenda. Blanco y en botella… artes plásticas. Otros grandes nombres de este último medio siglo, como Isidoro Valcárcel Medina o Esther Ferrer siempre han sido considerados como plásticos (que no me oigan decir esto) y aparecen aquí con toda justicia. Otros han venido directamente de la electrónica, como Eduardo Polonio o José Manuel Berenguer, algún otro de la contemporánea, como Luis de Pablo, y también están.
En realidad están todos los que son, lo que convierte a la exposición en una referencia histórica imprescindible. Y máxime si, como es norma de la casa, la catalogación y los materiales son espléndidos: catálogo de 360 páginas con un lector MP3 que contiene 45 obras sonoras; un portal internet enmarcado en la página web de la Fundación March con una visita virtual a la exposición y un proyecto de historia oral y entrevistas a los artistas y debates, con comisarios, historiadores y otros especialistas, cuyas grabaciones serán transcritas y publicadas, tanto impresas como en archivos de audio.
Lo demás es una exposición necesaria con infinidad de actos de acompañamiento que incluyen conferencias, actos públicos, debates y films, especialmente experimentales.
Babelia
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