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Filosofía habitada y auténtica

Sarah Bakewell vuelve con un gran ensayo que trata de ideas y de la filosofía hecha vida envuelto con el atractivo de lo prohibido

La autora del exitoso Cómo vivir. Una vida con Montaigne, la filósofa británica Sarah Bakewell (1963), vuelve con otro libro que no envidia al anterior en rigor e información, aunque esta vez el tema sea más ambicioso —una “historia del existencialismo”— y tenga muchos personajes. Presentado con el atractivo de lo prohibido: el sexo, el café y los cigarrillos, para atraer a un público mayoritario, en realidad, este gran ensayo trata de ideas y de la filosofía hecha vida —“habitada”, según Iris Murdoch—; por eso importan mucho las biografías de unos pensadores cuyo principal afán fue indagar en el hecho esencial de existir aquí, en el mundo, y comprometerse con lo vivido siendo “auténticos”.

Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Martin Heidegger son los protagonistas; acompañándolos destacan Albert Camus, Maurice Merleau-Ponty o Raymond Aron, cuyos escritos tuvieron enorme relevancia después de la Segunda Guerra Mundial; aparecen también Hannah Arendt, Simone Weil o Edith Stein. Y sí, es verdad, la filosofía existencialista nació y se desarrolló acompañada de café (o de cócteles de albaricoque), nicotina, amores y jazz, porque quienes la emprendieron eran jóvenes ansiosos de sabiduría y libertad. Debatían en los cafés y vivían a salto de mata, pugnando por transmitir sus novedosas ideas.

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Filosofía existencial

Bakewell comienza con el encuentro fundacional del existencialismo moderno en el parisiense café Bec-de-Gaz entre los jovencísimos Simone de Beauvoir, su novio, Sartre, y el amigo de ambos, Aron, todos licenciados en Filosofía. Aron, estudiante en Berlín, les comentó que en Alemania se filosofaba de una manera nueva: allí dominaba la fenomenología de Husserl, cuyo lema era “¡hay que ir a las cosas mismas!”, pensar desde las cosas y experiencias cotidianas sin las ataduras de la tradición, mirándolas como la primera vez. Sartre se interesó tanto que se marchó a Berlín a estudiar fenomenología: era 1933.

Bakewell nos lleva así a la cuna del hitlerismo, y a la historia de Husserl, su fenomenología y su inmenso legado manuscrito —salvado de las garras nazis por el monje belga Herman Van Breda—. Además, hace una magnífica semblanza de Heidegger, el “filósofo del ser”, díscolo fenomenólogo que publicó una obra sui generis, tan influyente que marcó lo que se pensó después: Ser y tiempo. Sartre interpretó las brumas germanas como pudo e impulsó una filosofía propia basada en la libertad individual, cuyo postulado esencial decía que el ser humano está condenado a elegir y lo que elige le hace ser lo que es. Enseguida saltó a la fama con La náusea, mientras que Simone de Beauvoir, armada con su propia filosofía de la libertad, arrolló con El segundo sexo. Esto sólo fue el comienzo, Bakewell es muy ambiciosa y traza la semblanza de muchos otros “existencialistas”: Merleau-Ponty y Camus, Levinas, Patocka o Boris Vian; analiza el compromiso de Sartre con los comunistas y su paradójica defensa de la violencia; los cabreos que tuvo a cuenta de ello con Aron y Camus, más moderados. Tantas cosas quiere abarcar Bakewell, ideas y personas, que se le desbordan un poco; eso sí, el lector obtiene un ameno panorama de una inolvidable época de activismo filosófico y político, plena de libros tan influyentes que hoy todavía no tienen parangón.

En el café de los existencialistas Sarah Bakewell Traducción de Ana Herrera Ariel. Barcelona, 2016 528 páginas 22,90 euros

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