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CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El otro

El director de orquesta Zubin Mehta se enfrenta a su pasado con la Novena de Bruckner

ORCHESTRA DEL MAGGIO MUSICALE FIORENTINO

Obras de Mozart y Bruckner. Javier Perianes, piano. Orchestra del Maggio Musicale Fiorentino. Dirección: Zubin Mehta. Juventudes Musicales de Madrid. Auditorio Nacional, 15 de septiembre.

Si Zubin Mehta (Bombay, 1936) se topase con el director de orquesta que fue hace 51 años hablaría con él del pasado y del futuro, pero también de Bruckner. En 1965, el gran director indio había grabado para Decca una impresionante Novena bruckneriana al frente de la Filarmónica de Viena, un registro que todavía figura entre los mejores de esa obra. Mehta, por entonces con 29 años, era un músico idealista, que creía en imposibles. Hoy, con 80, es un maestro legendario, pero también mucho más escéptico. Jorge Luis Borges relata un encuentro similar en El libro de arena, cuando coincidió, en 1969, con su álter ego exactamente 51 años más joven en el banco de un parque. Hablaron del pasado y del futuro, pero también de Dostoievski, y pudieron comprobar la sabiduría de Heráclito acerca del paso del tiempo. Efectivamente, nadie nos bañamos dos veces en el mismo río.

Mehta ha vuelto a Madrid otro septiembre con la Orchestra de Maggio Musicale Fiorentino para inaugurar un ciclo de conciertos en el Auditorio Nacional: el de Juventudes Musicales de Madrid. El programa Mozart-Bruckner le ha permitido regresar a esa composición fetiche en su juventud, que aprendió con Bruno Walter en Los Ángeles y a la que ha vuelto en muchas ocasiones: la última sinfonía del compositor de Ansfelden, una obra inacabada cuyo movimiento final no vivió para completar. A pesar de los diversos intentos para finalizarlo, lo habitual sigue siendo tocar los tres que sí dejó completados: dos extensas estructuras de formas sonata, o sonata-rondó, que flanquean un scherzo más breve y de tintes apocalípticos.

El director indio recorrió la obra de memoria, con una orquesta bien nutrida y con la maestría técnica que le caracteriza. Pero el resultado tuvo poco que ver con la intensidad y profundidad del pasado. Mehta opta ahora por un Bruckner frío y distante, de paso lento y discurso errático. Lo mejor se escuchó en los momentos líricos, como el segundo tema del primer movimiento, donde la orquesta italiana sacó a relucir sus credenciales operísticas. Lo peor se concentró en un scherzo de trazo exagerado y donde la orquesta sonó tosca y desmadejada. Mehta antepuso lo brutal en detrimento de la intensidad y la tensión, aunque recuperó la lógica musical en el trío. El extenso y complejo adagio final tuvo algunos momentos inspirados, pero sin llegar a la profundidad de antaño.

Mozart en la primera parte resultó mejor que Bruckner en la segunda. Se lo debemos, en parte, a la intervención de Javier Perianes (Nerva, Huelva, 1978) como solista. Su versión del Concierto para piano núm. 23 del salzburgués conjugó elegancia y exquisitez. Mehta y la orquesta italiana lo acompañaron con esmero y maestría, especialmente en el movimiento lento que fue lo mejor de la noche. El pianista onubense tomó la iniciativa en el bellísimo siciliano y consiguió con su natural vena lírica que disfrutásemos de un verdadero recital de música de cámara. Perianes hizo lo mismo en el rondo final, pero el otro momento estelar de la noche fue la propina, una versión de la Mazurca op. 17 núm 4 de Chopin tocada con la misma magia sonora y transparencia de Mozart. Imposible mostrar con mayor claridad el importante nexo espiritual que hay entre ambos compositores. Qué será de Perianes el día que, como Mehta y Borges, tenga que enfrentarse con “el otro”.

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