Pentesilea, de oro y sangre
El Festival Internacional de Circo de Castilla y León estrena en España un espectáculo de la Compagnie Rasposo, inspirado en la tragedia de von Kleist
Las servidumbres del enamorado, equiparadas con las del animal doméstico: “¿Qué estarías dispuesto a hacer para que no te abandonen?”, le pregunta una mujer a un perro bodeguero de expresión lánguida y a tres amazonas con vestido de noche dorado, al comienzo de La devORée, espectáculo de teatro circo inspirado en el mito de Pentesilea y en la obra homónima de Henrich von Kleist.
LA DÉVORÉE
Autora y directora: Marie Molliens. Intérpretes: Justine Bernachon, Colline Caen, Serge Lazar, Robin Auneau, M. Molliens. Músicos: Françoise Pierret, Christian Millanvois, Francis Perdreau. Vestuario: Solenne Capmas. Cíe Rasposo. Ávila: Atrio de San Isidro, del 8 al 11 de septiembre.
Giran ellas vertiginosamente, desprendiendo polvo dorado, y con cada sonrisa encandilan al público, representado en la pista por Serge Lazar, cuyo personaje parece sentir devoción especial por Justine Bernachon, hermosa y vertiginosa trapecista rubia. En este espectáculo, estrenado en el IV Festival Internacional de Circo de Castilla y León, Marie Molliens, joven directora de la Compagnie Rasposo, establece una equivalencia entre la pasión de las artistas de circo y la de la reina de las amazonas, que en la obra de Kleist se enamora de Aquiles mientras lucha con él a muerte.
Así, Lazar, después de aproximarse a Bernachon a piropo limpio, entabla con ella un hermoso paso a dos, placentero y doliente a la vez. Los dos primeros tercios largos de la función se siguen con avidez, sin necesidad de tener presente el mito griego: estamos ante una historia de amor, contada con gracia, acompasada por un trío excelente (voz, contrabajo y percusión) y punteada por un personaje mágico, entre Campanilla perverso y Joel Grey mudo. El clímax es un dúo aéreo fantástico y exaustivo entre Lazar y Colline Caen, en el que tan sobresaliente como la dificultad de sus ejercios es la exactitud con la que sirven de alegoría de un combate amoroso prolongado y sin tregua.
En su último cuarto, La devORée da un giro sorpresivo: cuando Molliens se propone mostrarnos hasta donde puede llegar la furia de una mujer encelada, su puesta en escena salta desde lo sublime, cristalino y bienhumorado a territorio furero y granguiñolesco. Lo que sucede durante ese tramo no se entiende si se desconoce el argumento de la tragedia de Kleist, cuyas líneas maestras la autora, directora y coprotagonista ha venido siguiendo sin que el público se haya apercibido de ello necesariamente.
Todo cambia en esta última parte: el maestro de ceremonias de Robin Auneau se transforma en fauno, la amazona despedaza a su víctima, la sangre brota por doquier y el número siempre fantástico de Molliens sobre el alambre (a cuya dificultad se suma aquí la de que la artista tiene que controlar también la conducta de tres galgos rusos) se convierte en una danza macabra que me hizo pensar más que en Pentesilea en Perséfone, diosa de la primavera, intentanto evitar que Hades la arrastre al Averno.
Viendo lo bien que se lo pasa durante el resto de su actuación el perro bodeguero, que tan triste simulaba estar en el prólogo, y cómo el labrador que interviene luego está en la pista como perro por su casa; sabiendo que entre los canes de Rasposo figuran los de la familia Molliens, que un buen día comenzó a sacarlos a la pista igual que hizo salir a sus niños (Marie debutó con cuatro añitos), y conociendo el estudio recién publicado por la revista Science, donde se certifica que el canis lupus familiaris, tras milenios de convivencia con los humanos, entiende nuestro vocabulario, cabe reflexionar que hay circos cuyos animales reciben un trato tan cariñoso como las mascotas domésticas más queridas, y que la prohibición que algunas ciudades españolas aprobaron o tienen en ciernes debiera afectar en exclusiva a los circos donde se maltrata a los animales (y de paso, a los negocios que ponen en peligro la salud de sus empleados).
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