¡Ni que fuera una plaza portátil!
Una desigual, fea, destartalada, inválida y mansa corrida de Zalduendo dio al traste con la tarde
A pesar de los esfuerzos -sinceros, ciertamente- por encontrar motivos para una crónica festiva, es que no hay manera. Estos taurinos parece que se empeñan en amargarle la vida a todo desaprensivo que se pasa por taquilla.
Zalduendo/El Juli, Castella, López Simón
Toros de Zalduendo -tercero y cuarto, devueltos por inválidos y sustituidos por uno del hierro titular y otro de Las Ramblas-, mal presentados, feos, destartalados, sin cara, mansos, inválidos, descastados y sin clase.
Morante de la Puebla: casi entera, tres pinchazos y casi entera (bronca); pinchazo y media (palmas).
Sebastián Castella: dos pinchazos y media trasera (ovación); pinchazo, estocada caída -aviso- y un descabello (oreja).
López Simón: pinchazo y estocada (oreja); pinchazo y estocada baja (ovación).
Plaza de toros de Valladolid. Segunda corrida de feria. 8 de septiembre. Lleno.
Vamos ver: la impresión imperante es que los que dirigen este negocio no tienen en alta estima a sus clientes. Si así fuera, la empresa no hubiera comprado nunca la corrida de Zalduendo. ¡Un respeto, por favor! ¡Que esta plaza es de segunda, pero no una portátil de un pueblo perdido! Una corrida impresentable por fea, desigual, sus destartaladas hechuras, y, por ende, inválida y desclasada. Con toros así no es posible disfrutar, aunque el público sea tan bendito, benevolente y conformista como el vallisoletano. Pero no se debe abusar del que no sabe; porque no sabrá, pero no es tonto, y cuando menos te lo esperes cambiará los toros por los dibujos animados.
En fin, que, a pesar de algunos instantes que pudieran parecer un oasis, la corrida fue un engaño porque el toro anunciado era una sardina moribunda e insufrible.
Que le pregunten, si no, a Morante -responsable como sus compañeros de tan infame gatada-, que no pudo trazar un instante de gloria a causa de la mortandad viviente de su lote. Su primero era una birria al que le quitó las moscas y con el que pasó un incompresible quinario para mandarlo al limbo torista. Con el otro, un borracho, un enfermo o vaya usted a saber, apuntó unos naturales que no terminó de dibujar porque el animal solo quería acabar cuanto antes y volver al seno materno.
No atraviesa Castella su mejor momento artístico y desprende en el ruedo una suerte de aburrida superficialidad que, quizá, sea normal en quien está obligado por contrato a estar bien todas las tardes. Parece que lo intentó, pero no dijo nada. Tras algunos muletazos despegados al segundo, dio muchos pases al quinto, que acudió al engaño con más brío que los demás, pero todo quedó en un afán vacío. Se lució, eso sí, a la verónica, y en un quite en el que mezcló una chicuelina con tafalleras y tijerillas. Y saludaron con honor José Borrero y Vicente Herrera tras un brillante tercio de banderillas. Sin saber el motivo le concedieron una oreja que paseó todo ufano.
Y ese fue el caso de López Simón ante el tercero: otro trofeo sin causa aparente. Está visto que el presidente no quiere broncas con el personal, y, dadivoso con los toreros, estuvo, al menos, en su sitio para devolver dos toros, que no es poca cosa.
El caso es que el torero madrileño mostró empeño con el manso sobrero, que huía de su sombra, y consiguió someterlo en ocasiones y robarle algunos muletazos no exentos de méritos. No hubo motivo para oreja, y, de hecho, fue más alto el griterío que el número de pañuelos, pero ahí quedó el premio.
Salió a por todas ante el sexto, blando como los demás, y al que banderillearon con maestría Domingo Siro y Jesús Arruga; gustó a la verónica y aprovechó la bondad y justísima movilidad del animal para mostrar un reconocido afán cansino y sin emoción.
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