La independencia artística de Valparaíso
Una red de espacios autogestionados, que propone exposiciones, talleres o ‘performances’ y ofrece residencia a los creadores, conforma en la urbe chilena un circuito cultural único en los países de Latinoamérica
Estamos en una de las zonas más turísticas de Valparaíso. En una esquina del pasaje Gálvez, el esqueleto de un edificio en ruinas, habitado por un vagabundo. Entre las pintadas de la calle, una, “¿Te invité yo a vivir aquí?”, recuerda lo que el alcalde le dijo a un damnificado por un incendio en 2014 que protestaba por las míseras condiciones de habitabilidad. Cerca, unos músicos se intentan ganar unos pesos, rivalizando con los ladridos de uno de los 110.000 perros abandonados, según el último censo. Frente al inmueble, el espacio independiente de Juvenal Barría y José Pemjean, Gálvez INC., en cuyo tejado se ha instalado una enorme fotografía antigua de la ciudad, con la palabras sobrepuestas “Zona de conflicto”.
Gálvez INC. es uno de los muchos espacios autogestionados de Valparaíso, iniciativas de jóvenes con inquietudes culturales que o arriendan un espacio para organizar muestras, talleres y performances, o lo ofrecen dentro de su hogar para residencias artísticas. Los espacios son flexibles y su línea editorial, variada. En Worm, el artista invitado trabaja con la identidad del barrio. La exposición Dislalia es fruto de la residencia de Nicholas Jackson, quien da un uso distinto a objetos recopilados por la zona, como letreros o libros de segunda mano, para generar una reflexión sobre problemas lingüísticos y fonéticos. A pesar de la ausencia de presupuesto o de las limitaciones del lugar, el autor, con la ayuda de los gestores del espacio, se las ha ingeniado para proponer una exposición de calidad y con un trabajo investigativo sólido.
“Estos espacios revelan la necesidad de experimentar nuevas formas de habitar la ciudad”, comentan los integrantes de Worm. “Podemos ver cómo los artistas realizan sus montajes, conversamos sobre sus procesos y entablamos un diálogo transversal, cómodo y sencillo”. A través de esta forma de acompañar al artista se completan los proyectos con acciones más coherentes. Para la obra de Jackson en Worm se ha propuesto una charla abierta con una fonoaudióloga. Un lugar con una lógica similar es NEKOe, una casa particular convertida en residencia y en sala de muestras relacionadas con el barrio. “En Valparaíso la producción artística se sostiene en las particularidades o líneas editoriales especificas, y no tiene que ver con una aspiración de los espacios con circunscribirse al circuito comercial”, afirma Carlos Silva, gestor.
Chile es un país extremadamente centralizado. Todos los agentes creativos fuera de Santiago reclaman una mayor presencia de la política cultural en las regiones. En muchos casos, son los proyectos independientes y autogestionados los que cumplen esa labor. Recientemente, siete de estas iniciativas se han juntado para crear una asociación, el Circuito de Espacios Domésticos, y formalizar actividades y residencias de una manera conjunta. “La historia de Valparaíso se caracteriza por la organización cooperativa, que en distintos campos de acción ha determinado una forma de habitar y relacionarse con los demás”, aseguran desde otro espacio, La Pan. Cristian Munilla y Nancy Mansilla han trasladado su proyecto, que antes se alojaba en una panadería, a su hogar. Allí abren su casa a quien quiera hacer trabajos artísticos que pueden estar vinculados con la gastronomía, con lo que se cultiva en su jardín. Las residencias se hacen a cambio de una pequeña cantidad económica y el resultado se expone en una sala que da a la calle. El vecino y el turista se topan con arte en los lugares más insospechados. El intercambio y la relación con el espectador son diferentes respecto a un museo.
Cultura alternativa
Todas las semanas se organiza alguna actividad desde estos espacios, a los que se suman negocios que también incluyen una oferta cultural alejada de lo institucional. Una programación completa para acompañar la visita a las exposiciones del circuito independiente podría ser acudir a Casaplan, una cafetería-taller-residencia-sala de exposiciones, y aprender técnicas como la serigrafía o la xilografía. Y se puede pasar la noche en la Posada de María, que no solo funciona como un hostal, sino que organiza performances, obras de arte sonoro o sesiones de karaoke.
El valor de estas ofertas reside en lo cercano y en el intercambio. “Nuestra presencia en el circuito del arte nacional es mínima porque existe un sistema de validación que no está enfocado en la creación de los procesos íntimos de la sociedad”, aseveran desde Worm, la casa de Renato Órdenes, Sebastián Gil y Antonio Duarte. Los tres desvelan cómo subsiste este proyecto sin recursos ni ingresos: “Apelamos a la colaboración, la amistad y el amor, son los componentes del éxito y la permanencia”.
Babelia
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