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Libros

El noble deber de los escritores del día

Una recopilación de clásicos del periodismo literario alemán suma argumentos para apreciar un género en el que se dieron a conocer autores como Benjamin, Zweig y Mann

Un operario trabaja en una rotativa en Berlín. Imagen sin datar.
Un operario trabaja en una rotativa en Berlín. Imagen sin datar.Emil Otto Hoppe (Getty)

La pasión por la lectura de los periódicos, la ansiedad al abrir por la mañana las páginas del diario para ser informado, entretenido e instruido por el arte estilístico y la chispa intelectual de los autores predilectos, es un placer cada vez más difícil de disfrutar. Desde hace años estamos asistiendo a la paulatina jibarización de la prensa en papel, a la desaparición del periodismo de fondo y a la vulgarización del lenguaje periodístico. El periodismo literario, con mordacidad crítica y capacidad para retratar la situación política-social pertenece definitivamente a otra época, y lo que queda de él se ha desterrado a los blogs o a las revistas literarias.

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Tanto más motivo para celebrar ahora la publicación de esta recopilación de clásicos del periodismo literario alemán, de 1823 a 1934, que presenta el germanista Francisco Uzcanga Meinecke bajo el título La eternidad de un día. La antología nos brinda una excelente ocasión para apreciar la altura de un género considerado menor, por lo efímero de sus productos. Pues aquí se puede descubrir (o releer) a verdaderos maestros de la miniatura, a los más grandes entre los “escritores del día” de los que “cada una de sus palabras, soberbios frutos de una cata selecta, está ya llena de contenido”, como aseguraba Joseph Roth en su artículo sobre Los periodistas en la posterioridad.


Y es que, durante el siglo XIX y principios del XX, la colaboración en la prensa para un escritor era un noble deber. Allí se forjaba su repu­tación, ya que enfrentarse a las exigencias del público lector de los prestigiosos diarios de Praga y Viena, de Budapest, Zúrich y Berlín constituía su prueba de fuego. Walter Benjamin, Stefan Zweig, Thomas Mann o Hermann Hesse se dieron a conocer primero mediante sus artículos periodísticos. “La verdad del mundo moderno” se formulaba entre sus páginas, al menos para Hermann Bahr, el contrincante preferido de Karl Kraus, para quien, al contrario, la literatura periodística solo rizaba “rizos en una calva” y significaba el principio del fin de la literatura con mayúsculas.

La excelente selección de textos —traducidos con soltura y acompañados cada uno de una certera introducción— de Francisco Uzcanga se centra en esa edad de oro del periodismo literario, de 1900 hasta los años veinte. Aunque no faltan deliciosas muestras del arte de los precursores que marcaron las pautas del género: Heinrich Heine y Ludwig Börne. De este último procede El arte de convertirse en un escritor original en tres días, de 1824, que debería ser lectura obligada en las facultades de letras y escuelas de periodismo: “Reprimimos nuestros pensamientos por una vergonzosa cobardía. Sobre nuestras obras intelectuales ejerce más presión la censura de la opinión pública que la de la autoridad. Para ser mejores de lo que son, a la mayoría de los escritores no les falta intelecto, les falta carácter”. Sólo por este artículo cargado de frases irrefutables y atemporales la compra de este libro ya ha valido la pena: “La opinión es la cocina en la que se degüellan, despluman, despedazan, guisan y condimentan todas las verdades”.

Francisco Uzcanga ha compuesto un catálogo de registros literarios periodísticos que a su vez sirve de historia del género. Así, a Börne y a Heine les sigue Moritz Saphir, en una similar línea filosófica-burlesca con El arte de dormirse, o el arte de aburrirse a uno mismo. Pero a partir de 1850 los artículos de feuilleton empiezan a tomar un cariz claramente de denuncia con títulos como Los obreros o El mercado dominical de la pobreza. Rosa Luxemburg (¿con Else Feldmann la única mujer entre 43 hombres?) lleva esta lúcida prosa politizada a su culminación en el artículo En el asilo. En términos más amargos se pronuncia el pacifismo combativo de Carl von Ossietzky o de Kurt Tucholsky.

En El folletín vienés, de 1906, de Alfred Polgar, se aprecia la sutileza de su despliegue de ironía. Para el alcance sarcástico del género valga una cita del formidable Victor Auburtin en su definición del folletín de 1921: “Expresar un asunto serio de forma amena y elegante: esto es lo que se conoce como folletinismo, algo que tanto el escritor como el político con ambiciones han de evitar antes de nada y por cualquier medio”.

Y tantos otros autores… Desde el “reportero frenético” Egon Erwin Kisch hasta poetas de la talla de Gottfried Benn, de novelistas como Heinrich Mann y Robert Musil o filósofos como Ernst Bloch. Todos ellos escribían para las páginas de cultura de los periódicos y al cerrar el libro nos queda una enorme añoranza de ese bien de lujo que fue —y ojalá siguiera siendo— el periodismo literario.

La eternidad de un día. Clásicos del periodismo literario alemán (1823-1934) Prólogo, selección, notas y traducción de Francisco Uzcanga Meinecke. Acantilado. Barcelona, 2016. 317 páginas. 20 euros

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