Los nombres del fuego
Hay días en que las palabras se tropiezan, así, sin más. Días en que no fluyen los verbos. Quizá porque no tengo nada que contar
“A veces me gustaría que mis padres entendieran que el silencio no es malo. Ni bueno. Ni todo lo contrario… El silencio es solo silencio. Nada más. Y lo necesito en días como hoy. Porque no acabo de sentirme bien. Ni mal. Porque en tardes así prefiero dejar que suene una y otra vez la misma canción, como si no existiera otra posibilidad que quedarse encerrada en sus versos. En su melodía. La de hoy es Black Balloon, de The Kills. Me gusta perderme en su estribillo, en esa repetición continua que tiene algo de mi propia obsesión. On the edge of a dream that you have. Has anybody ever told you it’s not coming true? Hasta hace un año no había dudado de que los sueños siempre acababan siendo realidad. Hasta que algo llega y te los rompe. It’s not coming true… Entonces los sueños ya no vuelven al sitio en el que estaban. No se pueden pegar los pedazos. El espejo se rompe y no vuelve a ser espejo nunca más.
He intentado escribir algo en mi blog. Pero no me sale nada que merezca la pena. Hay días en que las palabras se tropiezan, así, sin más. Días en que no fluyen los verbos. Quizá porque no tengo nada que contar… O porque para hacerlo tendría que hablar de zonas de mí que ahora mismo no me apetece desnudar. Eso es lo malo de esta vocación estúpida de la escritura, que exige ejercicios de sinceridad que duelen demasiado. Porque no se puede escribir desde la mentira. Ni desde la hipocresía… O sí. Sí que se puede. Se puede usar una máscara y que todo lo que salga suene falso. Ridículo. Pero eso no es literatura. Ni siquiera cuando se publica. Eso no tiene nada que ver con los libros que a mí me gusta leer. Ni con los que aspiro a escribir. Ni con los que nos pasamos Marina, Nico y yo.
Somos tres raros, dice mi madre. Y lo mismo piensa la mayoría de nuestros compañeros, que están convencidos de que solo vamos de culturetas para llamar la atención. Será que ellos tienen razón, que somos raros. Pero estoy convencida de que la única realidad que merece la pena es la que se dibuja desde la diferencia. La identidad que no se disfraza bajo máscaras y miedos como los que Nico ve en Hugo. Como los que yo intuí en Raúl. Estoy segura de que ellos dos son de los que prefieren no salirse de lo normal. Qué mierda de palabra. Normal. Como si alguien lo fuera. Como si la normalidad tuviera nada que ver con nada. Por eso nosotros estamos decididos a no serlo nunca y a vivir como nos dé la gana. Hemos decidido ser eternos, aunque ellos no lo sepan, porque si se lo dijésemos nos responderían que no es normal. Y claro, no lo es. Pero me da lo mismo. No pienso vivir para ser lo que los demás quieren que sea”.
Fragmento de Los nombres del fuego, de Fernando J. López. Más de 14 años. Editado por Loqueleo, sello infantil de Santillana. Más lecturas en loqueleo.com
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