El sonido de la locura
El filme narra la desintegración mental de un pulcro, reprimido y ensimismado técnico de sonido británico
El cine de terror italiano de los años sesenta y setenta logró materializarse en purísima expresión cinematográfica: formas intraducibles dominadas por el signo de la irracionalidad que convocaban lo pesadillesco desentendiéndose de todo asidero lógico, a través de la apropiación de las mecánicas narrativas del psicoanálisis y de una hipnótica coreografía de colores, espacios y movimientos de cámara. En su juego casi alquímico, el sonido también desempeñaba una función esencial y, en su seno, compositores como Ennio Morricone o Bruno Nicolai, entre otros, pudieron embarcarse en radicales exploraciones experimentales que, a través de la disonancia y el extrañamiento, canibalizaban nanas infantiles, ecos de free jazz, surtidas disonancias y derivas psicodélicas.
BERBERIAN SOUND STUDIO
Dirección: Peter Strickland.
Intérpretes: Toby Jones, Chiara D'Anna, Antonio Mancino, Fatma Mohamed, Cosimo Fusco.
Género: terror. Reino Unido, 2012
Duración: 92 minutos.
Segundo largometraje del británico Peter Strickland, Berberian Sound Studio narra la desintegración mental de un pulcro, reprimido y ensimismado técnico de sonido británico, especializado en capturar sonidos ambiente para documentales, tras ser reclutado para dar forma a la mezcla final de una oscura (e imaginaria) película italiana de terror –El vórtice ecuestre de Giancarlo Santini- con abundantes puntos de contacto, en sus detalles argumentales, con la insuperada Suspiria (1977) de Dario Argento. Pese al profundo conocimiento de causa de sus fuentes de inspiración que demuestra Strickland, Berberian Sound Studio no se reduce a un mero juego reverencial –y referencial- de entregado fan, sino que, como en el caso de The Duke of Burgundy, el resultado final se erige en poderoso discurso autónomo e irrebatible lección aplicada sobre el poder de la forma cinematográfica para la revelación y el arrebato.
Berberian Sound Studio, en su apasionada reivindicación de lo que muchas historias oficiales del cine consideran poco menos que un subgénero, podría pertenecer a la misma familia que otros trabajos casi coetáneos como Amer (2009), de Hélène Cattet y Bruno Forzani, Cisne negro (2010), de Darren Aronofsky, y La piel que habito (2011), de Pedro Almodóvar, pero su radicalidad también la convierte en algo único: Strickland mantiene en perpetuo fuera de campo la película que sonoriza el personaje encarnado por Toby Jones, renunciando así –por lo menos en parte- al barroquismo visual de Bava y Argento con el fin de describir ese particular descenso a los infiernos a través de la abstracción. Hay en la película una constante fusión y confusión de espacios, excéntricas notas de humor al detallar la cocina sonora del giallo y un tenso pulso dramático entre ascetismo y lubricidad que culmina en un clímax conceptual sabiamente desquiciante.
Babelia
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