Billy Name, el fotógrafo que documentó la Factory de Warhol
El creador fallece a los 76 años. Fue amigo y colaborador del célebre artista
En el numeroso reparto de personajes que rodeó a Andy Warhol durante su etapa más creativa, Billy Name —fallecido el pasado lunes a los 76 años— fue muchísimo más que un simple secundario o un personaje de brillo fugaz. Nacido Billy Linich en Poughkeepsie, Nueva York, en 1940, conoció al pintor trabajando como camarero. Tuvieron una breve relación pero Linich no ingresaría en la galaxia warholiana hasta unos años después. Antes se curtió como iluminador escénico con el Living Theatre colaborando posteriormente con gente del grupo Fluxus o Merce Cunningham. La experiencia resultó vital para su posterior trabajo como fotógrafo, una de las labores que su amigo Warhol le asignó cuando, a principios de 1964, le propuso que se ocupara de su nuevo taller de trabajo. Dicho taller era un loft que bautizaron como la Factory y que Linich pintó de color plateado porque “representaba el futuro para Andy”.
Coloquialmente conocida como la Silver Factory, fue entre 1963 y 1968 el taller en el que Warhol siguió desarrollando su obra pictórica a la vez que empezaba a hacer cine experimental. Linich se ocupó inicialmente del funcionamiento de la cámara Bolex con la que se rodaron las primeras películas, del mantenimiento del local y de fotografiar todo lo que allí ocurría. Esas imágenes —en blanco y negro las de los primeros años, en armonía con el tono monocromático que caracterizaba a aquellas películas underground— se convirtieron en la publicidad perfecta para aquel universo y ocuparon el grueso del catálogo de la primera retrospectiva internacional del artista en el Moderna Museet de Estocolmo, a principios de 1968.
El día que Linich vio su nombre impreso en el cartel de Andy Warhol’s Uptight —espectáculo que acabó llamándose Exploding Plastic Inevitable— lo cambió por Name (que también equivalía a "famoso") inspirándose en el casillero de un formulario. En dicho show tenía un papel crucial The Velvet Underground, cuyo líder, Lou Reed, mantuvo un fuerte vínculo amistoso —y en algún momento también sexual— con Name. Suyo es el tatuaje solarizado en la cubierta original de White Light / White Heat (1968), así como la fotografía que ilustra The Velvet Underground (1969) tercer álbum de la banda, donde Reed le lanzaba un guiño desde la letra de That’s The Story Of My Life (“What Billy said / Both those words are dead”). El ocultismo, una de las obsesiones que ambos compartían junto con la anfetamina, le llevó a encerrarse en el cuarto de baño de la Factory donde revelaba las fotos. Para entonces ya había empezado a usar el color, integrándolo de una manera muy característica en su fotografía. Cuando Warhol trasladó el estudio a otro local y lo convirtió en una oficina, intensificó su aislamiento, rompiéndolo en raras ocasiones. Una de ellas fue el día que oyó disparos y salió para encontrarse a su amigo sangrando tras el intento de asesinato perpetrado por Valerie Solanas.
En la primavera de 1970, ya sin interés por lo que sucedía en aquella nueva Factory, Name se marchó dejando una nota como despedida. Recorrió los Estados Unidos haciendo dedo y en 1977 regresó a Poughkeepsie y se graduó como administrador de empresas. A raíz de la muerte de Warhol en 1987, se convirtió en una fuente habitual a la hora de rememorar los días mágicos del artista. Él y Julian Schnabel fueron decisivos para que Reed y John Cale olvidaran sus desavenencias y grabaran Songs For Drella (1990), inspirado en su maestro. Sus fotografías se habían expuesto y publicado en libros como All Tomorrow’s Parties (1997) o The Silver Age (2015). Convertido al budismo desde hacía décadas, Name padecía problemas de salud derivados de su diabetes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.