El alma dolorida de Javier Jiménez
La corrida de Cebada Gago, mansa y complicadísima, hizo honor a su historia


Al joven Javier Jiménez le dolerá el alma durante un tiempo. Lo del alma es por decir algo. Le dolerá la cabeza, el pecho, la espalda, los brazos, las piernas y hasta el dedo meñique del pie. Es lo menos que le puede ocurrir después de la infernal y tremebunda voltereta que le propinó el tercero, que lo dejó inerme en la arena, inconsciente y desmadejado.
Cebada Gago / De Mora, Moral, Jiménez
Toros de Cebada Gago, bien presentados, mansos, deslucidos y peligrosos.
Eugenio de Mora: pinchazo ensartado en los costillares, casi entera baja y un descabello (silencio); estocada trasera y baja, cuatro descabellos -aviso- y el toro se echa (silencio).
Pepe Moral: estocada y dos descabellos (silencio); bajonazo (vuelta al ruedo).
Javier Jiménez: pinchazo -aviso-, tres pinchazos y dos descabellos (ovación); pinchazo y casi entera -aviso- (ovación).
Plaza de toros de Pamplona. 8 de julio. Segunda corrida de la feria de San Fermín. Lleno.
Todo ocurrió cuando tras un largo e insulso trasteo de muleta, hincó la rodilla derecha para un pase por alto, momento que aprovechó el toro para levantarlo en peso y lanzarlo por los aires; tras el costalazo correspondiente, volvió a prenderlo como si fuera un muñeco, lo zarandeó con saña y lo lanzó contra la arena. Afortunadamente, hubo tiempo de que llegaran las asistencias, que desviaron la atención del animal. Jiménez, mientras tanto, yacía inmóvil y así lo recogieron y trasladaron a la enfermería, al tiempo que en la plaza quedaba la sensación de que algo gordo podía haber ocurrido. Tomó la espada Eugenio de Mora, pero antes de perfilarse para matar lo avisaron de que Jiménez salía a cumplir con su contrato. Y así fue. Los tendidos lo recibieron en pie, como lo que era, un héroe, y él, sin chaquetilla, la mirada perdida y con dificultades para mantener el equilibrio, mató mal, pero Pamplona le reconoció el enorme mérito de su gesto valiente.
Si los toros de Cebada Gago mostraron su peligrosidad en el encierro matinal, no cambiaron tras el descanso en los corrales. Complicadísimos, en mayor o menor medida, los seis, con facilidad para aprender sus defectos de fábrica, con mucho sentido, de embestida incierta, con la cara alta y las intenciones muy aviesas.
No fue Jiménez el único que mordió el polvo. También resultó volteado Eugenio de Mora por su dificultoso primero, que no aguantó más que una tanda por el lado derecho. Cuando ya sabía latín, lo prendió a la altura del muslo derecho, con la suerte de que el astifino pitón solo alcanzó la tela, lo que obligo al torero a forcejear durante unos eternos unos segundos para deshacerse de la costura. Mató mal porque el toro se puso imposible, y De Mora le cogió respeto. Otra prenda era el cuarto y se limitó a despacharlo tras la oportuna justificación.
No triunfó Moral porque no pudo ser, pero lo intentó de veras, valiente toda la tarde, decidido y empujado hacia un éxito que le hace falta para seguir vistiendo el traje de luces. Se le agradeció su valor y voluntad.
Más recuperado apareció Jiménez ante el sexto; lo capoteó con eficacia, y se plantó con seriedad ante otra prenda. Le robó muletazos enjundiosos y consiguió que, al menos, la sombra le hiciera caso. Pinchó y perdió un más que probable trofeo.
La corrida del 9 de julio
Toros de José Escolar, para Francisco Marco, Juan Bautista y Alberto Aguilar.
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