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CRÍTICA | LA MIRADA INTERIOR
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Locas de azar

Charlie Levy Leroy presenta en Madrid y Buenos Aires un mosaico de la locura, en siete soliloquios breves interpretados por Raquel Arigita

Javier Vallejo
 Raquel Arigita en 'La mirada interior'.
Raquel Arigita en 'La mirada interior'.

LA MIRADA INTERIOR

Autor y director: Charlie Levi Leroy. Intérprete: Raquel Arigita. Madrid. Teatro Lara, 12 de julio.

Los colores de la locura, entendida como extravío del alma. Charli Levi Leroy, actor, director, autor y psicólogo, hace un breve mosaico de personajes aquejados de graves patologías en La mirada interior, soliloquio de soliloquios interpretado por Raquel Arigita. En un cubo blanco inmaculado cuyas reducidas dimensiones evocan la habitación de un psiquiátrico (y el microapartamento de Metro cúbico, hilarante espectáculo de Fernando Sánchez-Cabezudo), la actriz encarna sucesivamente a siete mujeres que sufren trastornos psicóticos: no figura ningún psicópata porque estos, desafortunadamente, siempre anduvieron sueltos, integrados y escalando posiciones faraónicas en la pirámide social.

De la fijación que los personajes tienen con sus amantes o con quienes abusaron sexualmente de ellas, podría desprenderse que sus graves desequilibrios psíquicos son efecto de eso, pero más bien creo que en todos los casos el incidente amatorio se convirtió en centro gravitacional nuevo de una patología anterior. De los siete, el texto con más vuelo, el más sugestivo y ambiguo, es el del enamorado ignorante de estarlo de dos gemelas que se turnan en sus citas, que podrían ser en realidad una sola mujer desdoblada cuyo brote alcanza la intensidad del que Polanski mostró en Repulsión. Alguno de los soliloquios resulta binintencionado y predecible. Raquel Arigita los interpreta con voces y actitudes marcadamente diferentes, cargando las tintas en el de la lesbiana que evoca a su apedreada Mari-Gaila y en el de la asesina. La prefiero en sus registros más naturales. Sobre todo en el monólogo octavo, el de mayor extensión, de corte autoconfesional, en el que autor y actriz cosen sutilmente pasajes característicos de los siete anteriores. Un buen final, llano y en alto, para un espectáculo que hará temporada de verano en Buenos Aires.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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