La Virgen del Velo
Guindalera Teatro echa el cierre con una historia de amor lésbico contada a lo divino, ambientada durante la expulsión de los moriscos
Una historia de amor lésbico contada a lo divino, con la expulsión de los moriscos como trasfondo histórico. Mar Gómez Glez (Madrid, 1977), utiliza el pasado para hablar del presente: los protagonistas de Fuga mundi visten hábitos auriseculares, pero tienen pulsiones actuales. Su conciencia nos resulta familiar y su sintaxis mixtura las de dos épocas.
FUGA MUNDI
Autora: Mar Gómez Glez. Intérpretes: María Pastor, Chusa Barbero, María Álvarez y Anaïs Bleda. Dirección: Juan Pastor. Madrid. Teatro Guindalera, hasta el 17 de julio.
Aunque la ambientación de la peripecia es rigurosamente histórica (y la de la puesta en escena, realista, dentro de cierta estilización), sor Paula, que ha convertido una casa de mala fama en convento, podría ser una emprendedora que ha puesto en marcha una startup, y Juana de la Vega, entalladora morisca y antigua huésped suya, una artista cualquiera de las muchas censuradas hoy en cualquier parte por su activismo político.
Por debajo del argumento, centrado en la talla de una virgen, corre un debate sobre la naturaleza, vigor y bondad de la pulsión amorosa. Para Juana, la Virgen, su representación y la modelo son todo amor. Para el poder terrenal y la facción del eclesiástico que se confabularon para desalojar a 300.000 moriscos y “arrojarlos en Berbería”, Dios está de su lado y el prójimo no es digno de compasión.
La joven autora aúna una escritura ágil, cierto grosor conceptual, gusto por el rigor histórico e inteligencia para crear situaciones dramáticas que contrapesen los diálogos. Por ejemplo, la irrupción de las voces cuya procedencia (el corral de comedias al que da una ventana del convento) trae en jaque a la marquesa de Santa Cruz; y el inesperado broche de la pieza, en el que se reinterpreta un mito clásico: mejor callo cual, para no reventar el final.
Juan Pastor dirige a los actores con mimo, atento a lo que el texto cuenta en cada instante. María Pastor colorea vigorosamente su personaje protagonista y le imprime una exaltación mesurada. Chus Barbero tiene el encanto natural esperable en la monja que antes fue cocinera de gustos ajenos. La presencia intermitente de la sor Clara de Anaïs Bleda, Sherezade con burka, exhala suspense y sensualidad soterrados. Rotunda en su teatralidad y su vis cómica, María Álvarez. Un buen colofón este para el Teatro Guindalera, que echa el cierre porque no quiere volver al siglo XIX, edad de oro de la multiprogramación.
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