En busca de Manolo González
Me topé por primera vez con el nombre de Manolo González en los prólogos de Jardiel, poco amigo del elogio, que hablaba de “su entusiasmo, su inteligencia siempre alerta, su tenacidad, su minuciosidad como director”. Fernán-Gómez era más contundente y definitivo en sus memorias: “El mejor director y maestro de actores que había entonces y que no ha vuelto a tener igual”. Y sin embargo, pocos textos he encontrado sobre un personaje de esa altura. Al parecer, empezó en los años veinte del siglo pasado, en las compañías de Pérez de Vargas y Juan Bonafé, donde pronto destacó como galán de comedia. En los treinta ya es primer actor y director artístico de la compañía del Lara, donde en 1935 le pide a Jardiel Las cinco advertencias de Satanás, una de sus comedias más delicadas, que estrenará con gran éxito. Durante la guerra, Manolo González queda al frente del teatro Español de Madrid: dirige, entre otras, la Electra de Galdós, que protagoniza con Montserrat Blanch, en 1937; una Fuenteovejuna de la que se dan 115 funciones y que, cuenta Fernán-Gómez, fascinó “a los que entonces éramos jóvenes, a la crítica y a los espectadores del Madrid cercado”, y un Alcalde de Zalamea que aguanta en cartel hasta la entrada de las tropas franquistas.
En 1940, Jardiel y González vuelven a encontrarse, ahora en el teatro de la Comedia, del que Manolo González es director artístico, a instancias de Elvira Noriega, que ha convencido al empresario Tirso Escudero. La primera función que hacen juntos es una comedia melodramática muy ambiciosa, ambientada en Hollywood, El amor solo dura dos mil metros, que se salda con un fracaso rotundo. Fue un espectáculo carísimo, tanto de escenografía como de reparto, con nada menos que 46 personajes y multitud de decorados y utilería, que Jardiel y González diseñaron y construyeron mano a mano, pero el público reía en los momentos más dramáticos y el pateo fue descomunal. En cambio, la siguiente función, Los ladrones somos gente honrada (1941), fue un triunfo. Fernán-Gómez, que ya estaba en el elenco anterior y a quien Jardiel repartió el personaje del Pelirrojo, trampolín de su carrera, cuenta que González le acogió como su “discípulo predilecto” y cada día ensayó a solas con él antes de hacerlo con toda la compañía: “Fue para mí”, recuerda en El tiempo amarillo, “un verdadero maestro, que me hubiera gustado tener en otros órdenes de la vida”.
Tras el éxito de Los ladrones, González abandonó la dirección teatral porque le apetecía volver a su trabajo de actor. Al despedirse de Jardiel le dijo: “Quiero formar compañía”. Así nació Los Cuatro Ases, la formación más prestigiosa en la España de la época, con Concha Catalá, Carmen Carbonell, y Antonio Vico. En 1946, a las órdenes de Jardiel, protagonizó, ya enfermo, Agua, aceite y gasolina, recibida con el pateo más estruendoso de las carreras de ambos, y murió pocos meses después. Me gustaría saber más cosas de Manolo González.
Babelia
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