El diablo habita en el pueblo y es el vecino
Andrés Lima ultima los ensayos de ’Las brujas de Salem' que abre el Grec el día 1
“En esta casa nunca hemos tenido nada que ver con el demonio, reverendo”. John Proctor trata desesperadamente de defenderse ante las sospechas y las acusaciones de John Hale, al que se ha llamado al pueblo para determinar la existencia de prácticas de brujería. Hale escudriña el hogar de los Proctor y sus almas y sondea a Elizabeth, la esposa de John. A ella no le cabe en la cabeza que el demonio posea el alma de una mujer, y eso la hace más sospechosa. "Pero, mujer, usted no puede negar que hay brujas en...". Elizabeth lo interrumpe: "Si piensa que yo soy una, he de decir que no hay brujas". Aseveraciones como esa son muy peligrosas en Salem en 1692. Es una escena intensísima, que uno sigue con el corazón en un puño, inclinado hacia delante en la silla, sin perder detalle. Acrecienta la tensión la presencia de un individuo que no para de circular en torno a los personajes, indicándoles, susurrándoles, incluso empujándolos. No es uno de esos espíritus que los reverendos Hale y Parris y el vicegobernador Danforth persiguen en las almas de los habitantes de Salem, sino el director Andrés Lima, que trabaja con sus actores.
Estamos en uno de los ensayos de la recta final del montaje de Les bruixes de Salem (Las brujas de Salem), de Arthur Miller, el espectáculo que, con dirección y dramaturgia de Lima, abrirá el Grec de Barcelona en el anfiteatro de Montjuïc el 1 de julio. Coproducción del festival, el Centro Dramático Nacional (CDN) y el Teatro Romea (Focus), la obra se estrena en catalán con traducción de Eduardo Mendoza y se verá en temporada en la sala Valle-Inclán del CDN en Madrid en la traducción de José Luis López Muñoz. La función la interpretan 14 actores, entre ellos Lluís Homar (Danforth), Borja Espinosa (John Proctor), Nora Navas (Elizabeth), Nausicaa Bonnín (Abigail Williams), Carles Martínez (Hale), Albert Prat (Parris), Carme Sansa (Rebecca Nurse), Carles Canut (Giles Corey) y Anna Moliner (Mary Warren).
“España ha sido Salem muchos años”
En su montaje, Lima cruza la obra de Miller con la propia cazaal dramaturgo y ofrece algún momento de su declaración ante el comité en 1956. "Miller no habría escrito la obra si no fuera por la similitud entre ambos fenómenos", reflexiona. Lima no se planteó montar la pieza por su actualidad, aunque señala que "España ha sido Salem durante muchos años" y que el calvinismo de los colonos no era muy distinto del nacionalcatolicismo. "Ya no estamos en los años 60 y 70, pero sí en un momento muy politizado, con la derecha aferrándose al poder, y el debate fundamental entre orden y libertad; eso ha de estar presente".
El montaje es de una apasionante densidad interpretativa y de una tensión dramática brutal, casi insoportable. Ver ensayar a Lima es ya todo un espectáculo: se balancea sobre los pies como un boxeador, baila literalmente alrededor de los actores, les corrige la posición con las manos, acompaña, aparta, interviene... "Vive los ensayos, él mismo es de una teatralidad enorme", señala en un descanso Homar, que trabaja con Lima por primera vez. No es fácil mirar a los ojos al actor, con una levita negra y revestido de la terrible autoridad de Danforth, que aún no ha empezado la obra y ya lleva firmadas 77 condenas a muerte.
Tras ensayar el segundo acto –tremenda la escena de la muñeca, con una Anna Moliner absolutamente perturbadora-, arranca el tercero, en el que Corey se enfrenta a Danforth en el tribunal. La historia nos cuenta que Corey será una de las víctimas de la caza, no ahorcado como el resto de sus vecinos, sino de la manera conocida como peine forte et dure: colocándole grandes piedras en el pecho hasta que dejó de respirar.
Lo que pasó en Salem —veinte personas, 14 de ellas mujeres, ejecutadas por brujería, otras cinco, incluidos dos niños, muertos en la cárcel-— se explica por ese fenómeno global de fanatismo religioso e histeria colectiva que fue la caza de brujas del XVII, pero no solo, recalca Lima. Intervinieron otros elementos como el hecho de que Massachusetts era entonces una frontera con el mundo misterioso de la gran naturaleza americana y el paganismo de los indios, el ambiente de exacerbado puritanismo de los colonos, y, sobre todo, “las rencillas y la codicia”. La caza de brujas fue una excusa perfecta para la venganza personal y la apropiación de tierras del vecino, convenientemente denunciado. El clima de sospecha, delación y miedo fue lo que interesó a Miller, que en su obra destacó los paralelismos con la persecución del senador McCarthy y el Comité de Actividades Antiamericanas en 1951 de elementos comunistas en la industria cinematográfica.
La caza de brujas en Salem, recuerda Lima, “empieza con una tontería, cuatro niñas bailando en el bosque, y acaba en la horca”.
Babelia
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