Una hoguera de locura y muerte
En las novelas de Élmer Mendoza la sangre no es un efecto especial. La sangre en sus novelas es moneda de cambio. Fluye sin remordimiento. Sin miedo
La primera novela que leí del escritor mexicano Élmer Mendoza fue un hallazgo para alguien acostumbrado a que sus detectives preferidos rozaran apenas el mal. Me refiero a los detectives clásicos. Los de los años cuarenta y cincuenta. En esas décadas la intuición era capital para avizorar el peligro. Las famosas “corazonadas”. Pero Edgar Mendieta, el detective-funcionario de Élmer Mendoza, se relaciona con el mal de otra manera. Este detective algo proclive a tener tratos con el enemigo tiene un conocimiento del mal de primera mano. Y no estoy hablando de un mal metafísico, estoy hablando del mal que significa que te corten a pedacitos y te empaqueten de regalo como un mensaje al que más vale no ignorar. O te descubran en un renuncio que acabará contigo colgado de un puente. En las novelas de Élmer Mendoza la sangre no es un efecto especial. La sangre en sus novelas es moneda de cambio. Fluye sin remordimiento. Sin miedo. Con algo de ritual indescifrable. En esa dinámica fatal vemos instalado a Mendieta. Un detective al que los culpables siempre encuentran.
En Balas de plata (2008), Mendoza usaba a su funcionario para adentrarse en el mundo de la corrupción. Su ligazón con la política. Era un relato pormenorizado sobre la impunidad que duele más que el crimen. Porque la impunidad se convierte en un personaje inaprensible, invulnerable, descorazonador. Ahora vuelve el novelista con Besar al detective, otra novela de alta temperatura emocional. Y un ejercicio de estilo de alto voltaje narrativo. La sangre vuelve. La traición está a la vuelta de la esquina. El Zurdo Mendieta tiene que resolver un asesinato y no puede hacerlo sin la ayuda de la jefa de un cártel de la droga. Pero el favor tiene que ser puntualmente devuelto.
Creo que es importante señalar en las novelas de Élmer Mendoza el papel que desempeña la escritura. En un momento de esta trepidante historia de gente mala, de gente sin una gota de piedad por el dolor ajeno, nuestro autor desliza el nombre de Daniel Sada. Mendieta lo lee y de paso nos da una referencia sustancial para comprender la operación narrativa de Mendoza. A mí me recordó mucho a Casi nada, la obra con la que Sada obtuvo en 2008 el Premio Herralde de Novela. Mendoza introduce en su relato una lengua plagada de códigos. Esos códigos son los elementos que hacen verosímil lo que leemos. O lo que escuchamos, puesto que la palabra nos llega como distintos sonidos de la calle, de los círculos cerrados, de los cárteles, de la policía. La violencia no es tanto descripción. Es una cadena de significantes que deslumbran y estremecen por su filoso significado. Esta lengua, que no su trama, no da respiro al lector. Apenas algunas treguas de esperanza en medio de esa hoguera de locura y muerte.
Besar al detective. Élmer Mendoza. Literatura Random House. Barcelona, 2016. 256 páginas. 17,90 euros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.