El gran reto de Brian Wilson
El beach boy tiene el desafío de llevar al directo la fantasía de ‘Pet Sounds’, una monumental obra de ingeniería sonora
Si los discos fuesen planetas habitables, existen pocos mundos tan hermosos y arrebatadores como Pet Sounds. Como esa naturaleza virgen y muy colorida, deslumbrante por su intensidad y sinfín de matices, la obra cumbre de Brian Wilson con los Beach Boys es un paisaje sonoro imponente, un asombroso recreo para los sentidos. Sin embargo, fue una fantasía incomprendida durante su periodo de creación, concebida y compuesta solo por el genio de su autor, en contra de su estricto padre, sin el apoyo de su discográfica ni la banda, que tuvo una presencia testimonial y que nunca ha podido identificarse con este álbum, que periódicamente copa lo más alto de las listas de los mejores discos de pop de todos los tiempos.
Pet Sounds es una creación única y exclusivamente de Brian Wilson, como Noche estrellada lo es de Van Gogh. Por eso, tuvieron que pasar décadas para que su hacedor pudiese interpretarlo en directo, al margen de los Beach Boys. Pero también por otra cuestión importante: se antojaba casi imposible llevar esa ingeniería sonora a un escenario. Y todavía muchos se preguntan si es posible hacerlo con resultados satisfactorios. Por eso, la presencia de Brian Wilson tocando el disco íntegramente el sábado sobre el escenario del Primavera Sound se concibe como un acontecimiento único, y todo un reto.
Publicado en mayo de 1966, el disco marcó un antes y después en el pop. Entendido como un álbum conceptual sobre el agridulce paso de la adolescencia a la madurez, Pet Sounds mostró por encima de todo lo que se podía hacer dentro de un estudio de grabación. De hecho, una de las varias obsesiones de Wilson fue estar en los estudios donde, según su criterio, se hicieron las cosas como se tenían que hacer. Para ello, tuvo que lidiar con Capitol, que no apoyó con entusiasmo el proyecto al considerar que perdería la “personalidad de los Beach Boys”. Pero se salió con la suya y tres estudios fueron básicos para la grabación: el Golden Star, la joya de Phil Spector, al que el beach boy admiraba sin paliativos, donde se creó el muro de sonido; el estudio 3 de Western, que contó con el ingeniero Chuck Britz, especialista en captar ecos imposibles; y los de Sunset Sound de CBS, donde habían registrado sus voces los Byrds o Paul Revere y los Raiders. El fabuloso experimento de Pet Sounds se impregnó del misterio de estos laboratorios bajo la impecable pero también enfermiza supervisión de Wilson.
Dos apoyos fueron esenciales para la creación del disco: el letrista Tony Asher, que dio vida lírica junto a Wilson a todos esos pletóricos sentimientos nostálgicos que llenan el álbum de tonos y emociones instrumentales, y la Wrecking Crew (cuadrilla de demoliciones), la magnífica pandilla de músicos de sesión que trabajaban para Capitol a modo de orquesta y que dio una dimensión nueva a la música de Wilson. Sin la Wrecking Crew no se entenderían igual las espectaculares progresiones de acordes del álbum o esos aires jazzy planeando como en los mejores standards del cancionero americano. De hecho, al igual que Spector estaba en su olimpo, Wilson buscaba las musas en su otra gran inspiración: George Gershwin, cuya Rhapsody in blue tendría tan en cuenta para Good Vibrations ese mismo año.
No hay apenas una sola nota tocada por los Beach Boys en el disco. Su mayor aportación son los coros, que tan buen rédito ya habían demostrado que podían sacar en anteriores canciones. En esta ocasión, Wilson trabajó más el sonido expandido, esa sensación de armonía vocal en la que parece que hay más voces de las que realmente hay y que en el caso de los chicos de la playa sonaba a un coro de ángeles. El grupo nunca se involucró con Wilson en este proyecto, que vieron como una locura sin sentido. Cuando lo escucharon, Mike Love, guardián de las esencias originales de canciones de surf con playas, chicas y coches, dijo que era música ególatra.
Al imperativo primo ni al resto de la banda tampoco le gustaban esas referencias musicales al LSD, apreciadas en los arreglos coloristas y en algunas letras que hubo que cambiar. Peor fue su estricto padre, Murry Wilson, que, frustrado con su propia vida de músico fracasado, machacó a su hijo por esta inquietud artística y, sobre todo, su relación con las drogas. El LSD fue clave en la concepción de esta obra, como entonces lo era en la vida de Wilson, retraído en su casa, como un niño pequeño incomprendido, mientras solo “respiraba música”, tal y como decían sus más allegados.
Brian Wilson estuvo solo antes, durante y después de Pet Sounds, un disco que, realmente, guarda su universo interior. No se trata solo de sus influencias musicales ni de su fantástica destreza compositiva, sino de algo más. Se trata de su espíritu. La clave de este álbum está en lo demoledoramente espiritual que suena. Wilson, que en las sesiones de grabación le dijo al percusionista que ensayaba con las maracas que quería que su sonajero fuera “como una joya colgada del brazo de una chica”, no busca canciones. No busca hechos, diálogos, estampas. Busca el sonido de percepciones. Como las impresiones que se despiertan y se apagan al visionar colores. En este caso, en un abanico repleto de cruces, entre los recuerdos del pasado y las vivencias del presente.
Su hermano Dennis una vez le definió como un hombre de una sensibilidad fuera de lo común, “un hombre capaz de entregar su vida por una mariposa, pero que esconde dentro de una existencia trágica”. Una definición que bien podría ilustrar la propia vida de este compositor con gafas de pasta hasta nuestros días. Y, por supuesto, su mayor creación, Pet Sounds, que tiene el reto de plasmar en directo este sábado en el Primavera Sound. Porque, si los discos fuesen planetas habitables, todos querríamos pasar una temporada en Pet Sounds, incluso algunos darían lo mucho o poco que les queda por permanecer en esa fantasía hasta el fin de los días.
Babelia
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