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El Primavera Sound se asoma a su futuro

El presente se vive entre vítores, agasajos y parabienes, coronados con los implacables números que atestiguan el éxito de la fórmula

El Primavera cumplió 15 años en la edición de 2015. Massimiliano Minocri
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El pasado es un recuerdo que ahora se vive con cierta nostalgia, la de aquellas noches en el Pueblo Español, rondando entre escenarios en un entorno tan kitsch como pintoresco, lleno de rincones en los que perderse. El presente se vive entre vítores, agasajos y parabienes, coronados con los implacables números que atestiguan el éxito de la fórmula, puesta en marcha por vez primera en Benicàssim cuando el “indie” era “indie” y no un vocablo gastado. Si, el Primavera Sound ha corregido y aumentado aquella idea, apostando por un certamen sin acampada y genuinamente urbano. Si cabe más barcelonés que urbano, pues en el éxito del Primavera, como en el del Sónar, cuenta también la ubicación en esta ciudad que desde hace años está de moda, quizás demasiado. Entonces ya solo resta definir el futuro y perfilar un festival cuyo único peligro aparente, como el de la misma ciudad que lo acoge, es morir de éxito. Y no tiene porqué pasar.

Las recomendaciones del periodista musical de EL PAÍS Fernando Navarro.

En realidad se podría establecer un paralelismo entre el Primavera Sound y el prototipo de Barcelona como ciudad. En los últimos tiempos, particularmente desde el cambio de alcalde, la capital catalana está repensando el modelo de desarrollo, hasta ahora manifestado por el monocultivo del turismo a granel, fórmula abrasiva que mina el atractivo de la propia ciudad, convertida en un cascarón sin tortuga dentro. En cierto sentido es lo que también debe evitar el Primavera Sound, fijar una única idea en la mente del asistente -somos un festival para indies/hipsters-, al igual que Barcelona –somos una ciudad para turistas- y gestionar de la mejor manera posible una masificación que según cómo puede llegar a aturdir tanto como visitar el Parc Güell en hora punta. Con el inconveniente añadido que al turista le importa un bledo que Gaudí guste a mucha gente, mientras que para algunos, los más listos, Holly Herndon mola menos cuando su música sobrepasa el círculo de conspicuos conocedores. No diremos que el Primavera lo tiene peor que Barcelona, pero la tarea presenta su dificultad.

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Los movimientos para evitar estos problemas ya hace tiempo que se han puesto en marcha en el Primavera, que ya no se define, y con parte de razón, como un festival indie. Por un lado se ha ido abriendo a la ciudad ofreciendo cada vez más actividades fuera del Fórum, rompiendo la imagen de festival cerrado solo para su público natural. Por otro el Primavera busca definirse en términos de plataforma útil de reflexión para la industria en un momento de cambios radicales. Pero lo principal sigue siendo el alma del festival, su esencia, el espacio que define con su cartel. Es cierto que no ha logrado una delimitación alternativa al concepto indie, pero al menos ya sabe lo que no quiere ser de mayor. En esta línea, y al margen de boutades como programar a Los Chichos, el cartel va abriéndose cada vez más a otros estilos, que aún y todo son de momento simples lunares dispersos en un enorme lienzo de guitarras blancas y anglosajonas. Abrirse estilísticamente con determinación, y no con chistes o guiños aislados a otros ámbitos musicales –sean africanos o hip-hoperos-, parece inevitable si no se quiere morir con el desgaste natural de esta escena musical y con el envejecimiento del público que facilitó la explosión del festival y que comienza a vivir de la nostalgia.

La masificación es otro de los asuntos que pueden jugar a la contra en un festival que cada año tiene más escenarios, algunos sustanciados para dar cabida al masivo desembarco publicitario en el que las marcas luchan por individualizarse. Y por supuesto no se trata de rechazar los patrocinios, fundamentales para que el modelo sea viable económicamente, sino que estos no marquen la pauta creando necesidades inexistentes, por otra parte, sentido último de la publicidad. Este equilibrio es el que acaba diferenciando un festival patroneado solo por el crecimiento de un festival que controlando su crecimiento busca que sus nuevas necesidades sean cubiertas por las marcas. Traducción: no es lo mismo buscar un patrocinador para una nueva necesidad a que un patrocinador genere una nueva necesidad que él pueda cubrir. Esta última opción puede desdibujar a medio plazo la personalidad de un certamen convertido en mercado persa. Las marcas son precisas, pero como los perros agresivos, mejor con correa.

El control del crecimiento deviene entonces una de las tareas clave del Primavera. Es difícil resistirse, pero solo así se puede garantizar el mantenimiento de un modelo de éxito. Solo ahora, con una nueva administración municipal, Barcelona parece haberse planteado qué quiere ser de mayor. Es ahora, en puertas de una edición triunfal que puede presumir de un cartel casi exhaustivo, cuando el Primavera Sound se asoma de verdad a su futuro. Llegar hasta aquí no ha sido fácil, pero ahora quizás comienza lo más difícil, justo cuando todo el mundo, público, artistas, prensa y patrocinadores, lo consideran como uno de los mejores escaparates musicales del mundo.

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