Retorno al ‘Mahabharata’
Lo que perdura es el vuelo, la sensación de viaje en el tiempo, con la mirada de un niño
Han pasado más de treinta años y cada quien tiene sus ecos del glorioso Mahabharata de Peter Brook. Unos recuerdan aquel julio del 85, en la cantera Callet, a 15 kilómetros de Avignon, cubiertos con mantas durante las nueve horas del espectáculo, desde el anochecer hasta la salida del sol tras las rocas calizas. Otros evocan el amanecer tintando de oro un lago en Zurich: la versión inglesa, en agosto del 87. Yo tengo memorias confusas pero vivísimas, como en un sueño.
Octubre del 85, en el desbordado Mercat de les Flors, en Barcelona. Me viene a la cabeza haber visto la primera parte en lo más alto del gallinero. En el intermedio, alguien nos conduce, entre cajas, al escenario. Brook saluda, con una gran sonrisa, y nos acomoda en un rincón. Somos veinte o treinta, sentados en almohadillas, pero da igual la cifra: lo que perdura es el vuelo, la sensación de viaje en el tiempo, con la mirada de un niño perdido en la mismísima corte de los Pandavas. Luego llegó la guerra, y la guerra era una oscuridad atravesada por antorchas, una lluvia de flechas, una gran rueda empujada por los contendientes. Y la sensación de maravilla mezclada con el agotamiento tras aquellas nueve horas. Imposible recordar las mil tramas del tapiz: lo que sí supe, de un modo indudable, es que era el mejor espectáculo que había visto en mi vida.
Peter Brook tiene noventa años y sigue en activo. El pasado verano murió Natasha Parry, tras varias vidas juntos, y quizás para sacudirse el dolor comenzó los ensayos de Battlefield en su sede de Bouffes du Nord, donde se estrenó en septiembre. Con sus viejos compañeros: Marie-Hélène Estienne, que firma también la puesta en escena, y el músico Toshi Tsuchitori, y el iluminador Philippe Vialatte. Y cuatro jóvenes intérpretes: Carole Karemera, Sean O'Callaghan, Jared McNeill y Ery Nzaramba. Cuando le preguntaron por qué había vuelto al Mahabharata para narrar, en la versión de Jean-Claude Carrière, uno de los muchos fragmentos que no llegaron a montarse, Brook respondió que no por nostalgia, un sentimiento que detesta: “Nació de la necesidad de volver al texto con el espíritu de hoy y crear una pieza destilada y muy intensa sobre los sentimientos que brotan después de una guerra”. Volvamos, pues, al gran poema sagrado de la India. Ha terminado la lucha feroz entre Pandavas y Kauravas, los dos clanes enfrentados de la familia de los Bharata. Drhitarashtra, el rey ciego perdedor, y Yudishtira, su sobrino victorioso, sienten el mismo vacío, el mismo dolor, el mismo remordimiento: ambos saben que podían haber impedido la batalla. “Battlefield va dirigida a Obama, a Hollande, a Putin, a todos los presidentes”, dice Brook. El espectáculo dura apenas setenta minutos. Ha visitado Singapur, Tokyo y Hong Kong; ha girado por Francia e Italia; recaló en febrero en el Young Vic, su coproductor londinense. En todas partes ha recibido críticas superlativas que hablan, como es frecuente ante las obras de Brook, de belleza y depuración extremas. Estamos de suerte: Battlefield visitará los madrileños Teatros del Canal del 9 al 12 de junio.
Babelia
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