Jim Jarmusch y Jeff Nichols inyectan calidad en la sección oficial
'Paterson' me engancha desde el principio y me despido de ella con una agradecida sonrisa 'Loving' confirma que su director es un narrador fiable
Admitiendo que Jim Jarmusch siempre ha poseído un estilo reconocible, eso tan prestigioso denominado mundo propio y que durante la década de los ochenta su cine apasionó a grandes minorías enamoradas de la modernidad, casi nunca he podido conectar con su universo. Reconozco cierta gracia y originalidad en el humor surrealista de sus primeras películas, pero poco más. Así como los públicos festivaleros veneran cualquier cosa que lleve su firma, a mí me provoca frecuentemente el ataque de nervios, la irritación o el bostezo este sofisticado vendedor de rebuscadas naderías. Por ello me sorprende gratamente que algunas veces me interese lo que cuenta, como la comedia Broken flowers o la negra y lírica Ghost dog. Las dos películas que había realizado antes de Paterson me parecieron tan horrorosas que hasta se me ha olvidado el título, y lógicamente estaba temblando ante el encuentro con su nueva criatura, que acaba de ser exhibida en la Sección Oficial.
El mosqueo me dura poco. Paterson me engancha desde el principio y me despido de ella con una agradecida sonrisa y un gesto de ternura. Jarmusch hace la crónica durante una semana de la vida cotidiana de un matrimonio enamorado y estable. También de su mundo secreto, de lo que ocurre en su cabeza y en su corazón, de lo que alimenta sus sueños. Y podría recordar lo que ocurría en Atrapado en el tiempo desde que esa pareja se despierta a las seis de la mañana hasta que se duerme, practicando idénticos rituales, estableciendo diálogos tan dulces como clónicos, exhibiendo miradas de permanente complicidad. Cuando no están juntos él conduce un autobús, pone el oído y los ojos en las conversaciones de los pasajeros (entre los que siempre aparecen hermanos gemelos ya sean ancianos, jóvenes o niños), habla lo imprescindible y ante todo su sensibilidad interna va creando poemas que anota cuando puede en un cuaderno. Al acabar su jornada pasea al perro (que pasa de su condición exclusivamente canina a convertirse en otro sabroso y trascendente personaje), toma una cerveza en el mismo y pintoresco bar. Todo parece anodino y repetitivo pero no lo es, el interior de este hombre no para de revolverse, de intentar encontrar el sentido poético de las personas y las cosas. Si él parece hermético, su mujer representa el entusiasmo vital, el optimismo permanente, la vocación de inventarse continuamente actividades con un toque de arte, la mayoría de ellas absurdas pero inspiradas por una energía conmovedora.
Jarmusch sitúa la acción en la decrépita ciudad de Paterson, cuna de poetas insignes como William Carlos Williams y Allen Ginsberg. Y esa tradición poética se le contagia. Su película desprende lirismo y humor, está dotada de un clima entre excéntrico y onírico, esta pareja logra inquietarte y también que le quieras. Paterson es extraña en el mejor sentido, hipnótica, perturbadora, bonita.
El director Jeff Nichols disponía de un crédito notable después de haber realizado películas tan atractivas como su terrorífico retrato de la esquizofrenia en Take shelter y de la niñez fascinada por el misterio que encarna un fugitivo de la ley en la preciosa Mud. En Loving no llega a esas alturas artísticas, pero vuelve a confirmar que es un narrador fiable, de corte clásico, contenido, sutil, comprensivo con sus personajes.
Nichols se remonta a los Estados Unidos en los años cincuenta para contar una historia real, la de un hombre blanco y una mujer negra que se aman, esperan un hijo y deciden casarse. Algo que ahora nos parece tan normal y racional suponía en aquella época penas de un año de cárcel en el Estado de Virginia, prisión que solo podría ser conmutada a cambio de que la pareja abandonara durante 25 años el lugar donde habían nacido y vivido. No hay tentaciones de maniqueísmo por parte del director, ni linchamientos del Ku Klux Klan, ni violencia efectista. Solo la constatación de una injusticia intolerable, del desgarro emocional y la defensa de su dignidad que hacen los desterrados, la eterna presencia del miedo a ser atrapados si retornan a las raíces que tanto añoran, la bendita explosión de los derechos civiles.
Nichols describe con pulso y claridad unas leyes cercanas a la barbarie. Tambíén la capacidad de resistencia de los condenados al desarraigo. Y cuenta muy bien cómo lograron la abolición con la ayuda de abogados, periodistas y la solidaridad entre personas cívicas y racionales de cualquier color. Cincuenta años después de implantarse una ley tan reivindicativa como justa, un señor negro es el presidente de los Estados Unidos. Y hace todo lo que puede o lo que le dejan hacer por mejorar el estado de las cosas. Digamos que el progreso o los milagros alguna vez se hacen reales.
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