En busca del director ideal para el siglo XXI
Kahchun Wong (Singapur) gana el concurso Mahler, la competición más importante de dirección de orquesta Asia, Europa del Este y América Latina se consagran como canteras
El director del siglo XXI debe irradiar un doble carisma —hacia el público y hacia los músicos—, dominio de su propio tiempo, rigor y compromiso musical. Pero más que de Alemania, Italia, Francia o Reino Unido, donde la tradición hizo proliferar esa figura de médium con batuta en los siglos pasados, probablemente llegue de un rincón de América Latina o surja entre las masificadas poblaciones de Asia…
También de Europa del Este, el único lugar con tradición en el campo que resiste el tremendo embate de talento llegado de los extremos. Es lo que ha dejado patente la última edición del Concurso Mahler -cuyos organizadores invitaron a este periódico-, el más prestigioso últimamente entre los aspirantes a directores de orquesta de todo el mundo, cuya primera edición ganó en 2003 el hoy más que consagrado Gustavo Dudamel (Venezuela).
Kah Chun Wong, 30 años, nacido en Singapur, acaba de triunfar en la última edición del mismo, celebrado en Bamberg (Alemania) esta pasada semana. "Un buen director ante todo debe tener buen corazón, ser buena persona", comentaba minutos antes de ser proclamado vencedor. Él lo demostró con creces extrayendo esa sima de profundidad sonora que caracteriza a la Sinfónica de Bamberg con la Tercera de Mahler dentro del repertorio obligado. "Una de las características más influyentes a la hora de decidir el ganador es precisamente su visión de estas piezas. Nuestra orquesta lleva a Mahler en su ADN. Lo dominan, incluso, los músicos que están en la raíz de esta orquesta, estrenaron su Séptima sinfonía. Si aun así, alguien joven es capaz de aportar un sello, un estilo distinto, nos encontramos ante un potencial gran director. Wong lo hizo", comenta Marcus Rudolf Axt, intendente de la orquesta y miembro de un jurado.
Lo componen figuras de primer nivel, directores como el británico Neville Marriner, el checo Jiri Belohlávek o la estadounidense Barbara Hannigan, entre otros, que acompañan dentro del mismo a Marina Mahler, nieta del compositor. "Para estos chicos, empezar con la música de mi abuelo interpretada por una orquesta así supone una prueba de fuego", asegura la descendiente.
La Fundación Mahler, en marcha
En un mundo donde proliferan las fundaciones como margaritas en el campo, a muchos les debe de sorprender que aún no exista una dedicada a Gustav Mahler. Pues así es. Pero su nieta, Marina Mahler, hija de Anna, está a punto de poner remedio. "Actualmente estamos trabajando en su puesta en marcha. Existen demasiadas iniciativas disgregadas por el mundo que nos gustaría aunar", comenta a EL PAÍS la heredera.
Su abuelo se ha convertido en el gran canon sinfónico a nivel mundial en las últimas décadas. Muchos pensaron que su música tardaría décadas en conquistar el éxito, como así ha sido. En vida sufrió desprecio a su obra, pero llegó a ser el director mejor pagado de su tiempo. Siempre lamentó esa incomprensión, que no era tal para los compositores más iconoclastas y avanzados de su época en Viena.
El Concurso Mahler de Bamberg es uno de los pilares sobre los que hoy en día se asienta su huella y se contagia a nuevas generaciones de directores. "Esa combinación de muerte y resurrección al tiempo encerrada en su música, tan profunda, tan regeneradora, creo que es lo que más atrae a los jóvenes", comenta Marina Mahler.
Es algo que corrobora Jonathan Nott, director titular en Bamberg desde hace 16 años, impulsor del concurso. "Después de ver casi 400 vídeos de aspirantes, a quien seleccionas entre todos ellos es a aquel que te intriga". Nott puso en marcha la competición en 2003. "La orquesta de Bamberg es embajadora de Alemania en el mundo, viaja a todas partes, pero eso hace que dentro del entorno musical nuestra ciudad quede un tanto ajena al circuito, así que buscábamos atraer al mundo musical hacia aquí", asegura.
Y merece la pena inmiscuirse en esta pequeña ciudad bávara, con 70.000 habitantes, donde Hegel pasó algunos años y fabrican una cerveza ahumada ideal para digerir sus espárragos, ahora en plena temporada. Una ciudad asombrosamente melómana incluso para Alemania: "El 10% de sus habitantes están abonados a la orquesta, algo fuera de lo común no ya a nivel mundial, sino a nivel nacional, donde los porcentajes de fieles seguidores a sus orquestas se mueven entre el 3 o el 4% de sus poblaciones", añaden Nott y Axt.
Allí aterrizaron a principios de mayo los 14 participantes de esta edición: cuatro provenientes de Asia (China, Japón, Corea del Sur y Singapur), cinco de Europa del Este (Rusia, Rumanía y Polonia), dos latinoamericanos (Chile y Venezuela), un alemán, una holandesa y un estadounidense, pero de origen chino.
Dos rusos, Valentin Uryupin y Sergey Neller, pasaron a la final junto a Kah Chun Wong. El asiático los derrotó en los detalles. La prueba consiste en un ensayo de diferentes piezas. Wong dedicó tiempo a repasar y a construir su discurso del todo mediante una esmerada puesta a punto de cada partícula. "Además, disfrutaba, sonreía. Y ese placer resultaba contagioso para el público", añade el intendente. Y otra cosa. "Domina la técnica, una carencia que me ha sorprendido en otros participantes y resulta básica", añade Belohlávek.
Wong, además, demostró una sensibilidad natural, nada afectada, hacia su relación con el tiempo. Es lo que define en gran parte a un líder vivaz, meticuloso y también jovial, como Nott. "Para ser un gran director debes ser algo así como un herrero del tiempo. No solo midiéndolo, sino diseñando la arquitectura de cada pieza con arreglo a esa característica, debes ser capaz de sostenerlo entre las manos para después dibujar la línea, la dinámica y el color con ellas y sin que necesites abrir la boca", piensa Nott.
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