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Núria Espert gana el Princesa de Asturias de las Artes

El premio rinde tributo a una trayectoria que supera los 60 años

Marcos Ordóñez
Nuria Espert, que recibe el premio Princesa de Asturias posa en su casa de Madrid.
Nuria Espert, que recibe el premio Princesa de Asturias posa en su casa de Madrid.Luis Sevllano Arribas (EL PAÍS)

Puedo decir que conozco un poco a Núria Espert, que ayer fue distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Artes. Es una pantera en zapatillas, una trágica que habla como un personaje de Noel Coward, una mujer y una actriz empeñada en saltar más allá de su sombra, pues tiene algo de esos animales míticos que necesitan mudar de piel, cambiar de forma, reencarnarse en vida para poder seguir existiendo.

Al ver La violación de Lucrecia, el gran poema dramático de Shakespeare, en la sala pequeña del Español, a las órdenes de Miguel del Arco, pensé que aquello era una cima y una suma, como si en su voz, su mirada y su gesto desfilaran todas las heroínas trágicas de su carrera esencializadas. Escribí entonces: “Cuando la dama podría estar tan ricamente en casita, durmiendo en sus merecidísimos laureles, se lanza a memorizar y vivir esa torrentera de texto con entrega absoluta, con indesmayable tensión emocional durante hora y media cada noche por nada, ¡por Hécuba! No creo que en el mundo encontremos otra actriz de su quinta capaz de abordar un proyecto parecido”.

¡Y aún estaba por llegar El rei Lear dirigido por Lluís Pasqual! ¿Quién da más? En La violación de Lucrecia interpretaba a todos los personajes y era una víctima fragilísima, una sacerdotisa de su propio sacrificio. En El rey Lear era un halcón de pico feroz y ojos desvelados, una vieja princesa guerrera, un enorme árbol viniéndose abajo en el silencio de un bosque. ¡Y el próximo otoño, Incendios, de Wadji Mouawad, a las órdenes de Mario Gas! Palabras que pueden definirla (además del inmenso talento, claro está): Riesgo. Entrega. Generosidad. Olfato.

Peter Brook la pintó a la perfección cuando le dijo: “Eres un vaso de agua que se congela en un instante y al siguiente rompe a hervir”. Lluís Pasqual, que también la conoce muy bien, la describe como “una obra de arte viviente, un monumento nacional sin pompa ni retórica”. Lady Espert está hecha de un material que ya no se fabrica, forjado en el día a día de las compañías de repertorio, cuando la escuela era el escenario, cuando se aprendía a través de la emulación de los compañeros y la respuesta cotidiana del público, y la vocación debía sortear los escollos de la censura, del ambiente opresivo, de la mediocridad de aquellos años durísimos.

Su vida ha sido la búsqueda de la fulguración teatral, de la verdad escénica. Sus ángeles tutelares fueron su madre, la inolvidable Bienvenida, y Armando Moreno, el hombre de su vida, que abandona su carrera como actor para convertirse en su empresario y director, y montarle compañía, y que un día le dice: “Ya te enseñado todo lo que sé. Ahora, para crecer, hemos de buscar a los mejores”, y así encuentran al maldito y genial Víctor García, con el que hará Las criadas, Yerma y Divinas palabras. En ese primer tranco del camino están también Sandro Carreras, que la descubre en un nido de arte y decide darle clases, gratis, por amor al arte, al talento que detectó en aquella niña. O Emilia Baró, su modelo en el Romea: “Tenía una especie de credibilidad absoluta”, me contó, “y viéndola desée por primera vez ser actriz, y mejorar, y luchar por conseguir los mejores papeles”. O cuando le contaba a su amiga Joan Plowright que las representaciones de Maquillaje, de Hisashi Inoue, un monólogo en el que interpretaba a una actriz enloquecida, eran algo mucho más duro y difícil que Las criadas, que Yerma, que Medea; algo que estaba acabando con ella. “¿Y porqué lo haces, querida?”, preguntó Plowright. “Porque nunca había hecho nada igual”, respondió Espert.

¿Mi anécdota favorita de Milady? Cuando llegué a su casa de Boadilla del Monte. Por hacer un chiste, al verla bajar por la escalera dije “Señor De Mille, mi plano”, como en la película de Wilder. Sin dejar de bajar, con un portentoso timing de comedia, respondió: “Ahí afuera tienes la piscina, por si quieres flotar boca abajo un rato”. Pensé: “Me parece que con estar señora me voy a divertir”. No me equivocaba.

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